Constituciones de Anderson
La Masonería, en su momento fundacional, escribía su propia constitución, con una misma finalidad: fundamentar una creencia, totalmente contraria a la Verdad revelada, que les confería -y confiere – una autoridad inapelable ante sus seguidores. Porque, aparte de establecer las normas fundamentales a observar por el masón, las Constituciones de Anderson- que ni mencionan a Cristo — trazan una supuesta historia de la Masonería que lleva sus orígenes hasta Adán (porque más atrás no pudieron ir), descendiendo, en cuanto a la transmisión de sus conocimientos ocultos, a través de distintos personajes del Antiguo Testamento: Noé, Mizraim
< el Arte Real fue llevado a Egipto por Mizraim, el segundo hijo de Cam> o Moisés, que, además, habría adquirido los secretos del Reino de los Faraones, convirtiendo al suyo en un pueblo de <perfectos masones>, – < Moisés se convirtió en el Maestro General Masón y orientó a los israelitas en una logia regular y General>; <y les otorgó sabias obligaciones> hasta llegar al gran protagonista de este cuento: Hirán Abif. Este aparece realmente en el Libro de los Reyes como un broncista que el rey de Tiro («Gran Maestro de la Gran Logia de Tiro» naturalmente) envía a Salomón («Gran Maestro de la Gran Logia de Jerusalén», icómo no!), pero Anderson le eleva a la categoría de arquitecto constructor del templo, asesinado por la envidia suscitada por su «saber oculto».
Los conspiradores (del grado 2 de la Masonería, según la leyenda) trataron de arrebatarle los secretos de la Maestría (grado 3) pero, fiel a su juramento, como buen masón, resistió. Referente y personaje clave en la Masonería que sigue honrándole, tomando de su figura toda una serie de símbolos, como el ataúd situado en el centro de las logias para ciertos rituales o las hojas de acacia por el árbol que señalaba su oculto enterramiento. Es el supuesto Maestro supremo de la Masonería. Una de las claves principales de su leyenda gnóstica; la gran oferta que la secta realiza a quienes se inician en ella buscando la propia superación, la que habrá de situarles en un nivel inimaginable para el profano, sea de la religión que sea. Y sea cual sea la formación cultural que haya obtenido; incluyendo la excelencia académica. En tal caso, habría recorrido al menos una pequeña parte del camino; aunque la sólida formación puede ser también un obstáculo a la hora de dar los primeros pasos en una logia. Nada, según los falsos maestros es comparable a la gnosis. No importa que ese pretendido conocimiento liberador proceda de un texto tan delirante como las Constituciones que acabamos de comentar; una tergiversación de la Biblia imposible de asumir no ya desde la fe cristiana o judía sino desde el simple análisis de cualquier mente racional, dotada de algún espíritu crítico.
La desfachatada creación de James Anderson y sus asesores, una obra tan claramente manipuladora como toda gnosis, que mezcla mentira y verdad para hacerse más creible, ha sido asumida como dogma por miles de personas a lo largo del tiempo sin la menor vacilación. No puede ser liberador un conocimiento procedente de la manipulación de las grandes verdades. Por el contrario, se ve con toda claridad que es el primer paso de un lavado de cerebro del que resulta costoso, si posible, llegarse a liberar. La técnica utilizada por toda secta desde siempre.
Así lo denunció San Juan Pablo II: Cuestión aparte es el renacimiento de las antiguas ideas gnósticas en forma de la llamada New Age [de origen masónico]. No debemos engañamos pensando que ese movimiento pueda llevar a una renovación de la religión. Es solamente un nuevo modo de practicar la gnosis, es decir, esa postura del espíritu que, en nombre de un profundo conocimiento de Dios, acaba por tergiversar Su Palabra sustituyéndola por palabras que son solamente humanas. La gnosis no ha desparecido nunca del ámbito del Cristianismo sino que ha convivido siempre con él, a veces bajo la forma de corrientes filosóficas, más a menudo como modalidades religiosas o para-religiosas, con una decidida, aunque el Trabajo masónico a veces no declarada divergencia con lo que es esencialmente cristiano. Cualquier gnosticismo, – judío, cristiano o masónico – fue desenmascarado, en pocas palabras pero sin lugar a dudas, por Jesucristo con la luz del Evangelio: [..]
<Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar>.
No vino el Hijo a hablar a los sabios sino a la <gente sencilla>; no a grupos de iniciados, depositarios de «trascendentales claves ocultas». Hablando de la Masonería, decía el cardenal Ratzinger: <Solo Jesucristo es Maestro de la Verdad>. Contra su magisterio, levantan la cabeza, con soberbia luciferina, las sectas; empleando el lenguaje de los papas del siglo XIX. La gnosis masónica es antropocéntrica; exalta al hombre como clave de todos los misterios, haciéndole creerse autosuficiente, portador de fuerzas y capacidades que no había soñado siquiera en su vida de <profano>; redentor de sí mismo; objeto en última instancia de adoración
1 Re 7, 15-22
Mt 11,25-27 39
Joseph Ratzinger, Cardenal Prefecto para la Doctrina de la Fe (Benedicto XVI), “Reflexiones un año después de la Declaración de la Doctrina de la Fe. Incompatibilidad de la fe cristiana y la Masonería”, L ‘Osservatore Romano, 20 de febrero de 1985
IGLESIA Y MASONERÍA. LAS DOS CIUDADES. Alberto Bárcena
