En primer lugar, debe señalarse un elemento que estará constantemente presente en todas las corrientes de las que trataremos: un fundamental optimismo ante los nuevos tiempos. Más allá de sus diferencias doctrinales, tradicionalistas y progresistas estaban divididos por algo más profundo y fundamental: una actitud opuesta ante el proceso histórico en curso. En la perspectiva de la Fe y la civilización cristiana los tradicionalistas veían la historia moderna como un proceso de decadencia que, desde fines del Medioevo, había alejado cada vez más a la humanidad de los caminos de Dios. Este proceso, llamado genéricamente Revolución, se ha desarrollado por etapas a través de las tres grandes revoluciones de la historia de Occidente: el protestantismo, la Revolución Francesa y, más recientemente, el socialismo y el comunismo
No se puede exagerar el papel de este abrumador entusiasmo por la modernidad-tendencial antes que doctrinal – en la difusión de las ideas liberales y socialistas y en las revoluciones derivadas de las mismas
En una óptica diametralmente opuesta, los progresistas veian la historia moderna como un sucederse de «liberaciones». El Humanismo habría liberado al espiritu humano del pensamiento escolástico; el Protestantismo habria liberado a la humanidad del absolutismo papal; la Ilustración habría liberado a la razón de la tiranía de la fe; la Revolución Francesa habría liberado a los ciudadanos del despotismo del rey; y ahora el socialismo estaria a punto de liberar a los proletarios de la opresión de los patrones.
Envenados por el espíritu igualitario y permisivista, los católicos sociales de orientación progresista sentian un creciente malestar hacia la sociedad tradicional. Por razones análogas, sentían una creciente desazón hacia una Iglesia estructurada jerárquicamente, con un magisterio en su opinión demasiado rígido. Todo esto era percibido como contrario al espíritu de los tiempos. En consecuencia, mostraban una profunda afinidad temperamental con la modernidad
Esa modernidad iba al encuentro de profundas aspiraciones de emancipación. Los innovadores saludaban con alivio la destrucción del viejo orden y la aurora de una nueva sociedad, del mismo modo que el aire fresco entra a una habitación mal ventilada. Inclinados a transformar estas aspiraciones en actitudes de vida, se dejaban absorber por el nuevo mundo. El activismo social les ofrecía un vehículo propicio para realizar sus propias aspiraciones
JULIO LOREDO DE IZCUE. TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN, UN SALVAVIDAS DE PLOMO PARA LOS POBRES
