De manera muy reciente, una nueva palabra ha irrumpido en nuestro vocabulario político: globalismo. A diferencia de la voz globalización, que apuntaba sobre todo a un fenómeno de tipo económico, la índole del, globalismo es incontrastablemente política. Con esta palabra se quiere indicar la novedad de un régimen político que convierte la totalidad del globo en su teatro de operaciones, y que se consolida mediante la sustraccion de la soberania nacional en favor de entidades supraestatales.
El globalismo se institucionaliza en organizaciones que, por definición, no tienen ni patria, ni territorio ni pueblo. Esas organizaciones a veces son completamente públicas, otras veces completamente privadas, pero en la mayoría de los casos son hibridaciones público-privadas. Esas organizaciones a veces se llaman Organizaciones Internacionales Públicas>, a veces se llaman < ONG> y a veces toman el nombre de <Foros globales>. Con independencia de la forma jurídica y la naturaleza específica con que se hayan constituido, todas ellas comparten una misma convicción: la de que, en el actual momento de la globalización, el mundo deberia ser gobernado por instituciones de carácter global. A esta inédita forma del poder político la han denominado <gobernanza global>. Al tomar el término gobernanza> del lenguaje de la administración de empresas, revelaron la privatización de lo político que está teniendo lugar en el seno del poder. Con arreglo al vocablo <global>, revelaron, a su vez, el alcance literalmente total de las pretensiones del régimen en construcción. Al llamarse a sí mismos <ciudadanos globales>, los actores globalistas reivindicaron para sí un estatus exclusivo y totalmente desconocido en el pasado, una nueva manera de relacionarse con el poder y de ejercerlo, que nada tiene que ver con el viejo ciudadano nacional, cuya identidad estaba anclada a un territorio y a una patria. Por medio de una invocación permanente a <la Humanidad> como objeto de la <gobernanza global> de los <ciudadanos globales>, expusieron, por fin, la índole antidemocrática del flamante régimen: el demos, el pueblo, siempre particular, cede ante un abstracto y universal sujeto en el que todos, por fin, somos <incluidos>
Globalismo, ingeniería social y control total en el Siglo XXI. Agustín Laje
