Indudablemente, la Masonería, encontró el mejor ambiente para su crecimiento en los círculos ilustrados europeos. Logias y salones se influyeron mutuamente en varios aspectos; es difícil establecer quien tuvo mayor peso en ese proceso interactivo; salvo en una cuestión: la religiosa
En ese campo, la influencia de la Masonería se impuso, en cuanto a las últimas creencias. De ahí, el gran desarrollo de las ciencias ocultas o la extensión del mito ilustrado del progreso indefinido, de claro origen cabalístico: para la cábala <la idea de progreso es equivalente a la de historia, es decir, la historia es el movimiento de regeneración ilimitada a partir del pecado>. Es innegable que la mayor parte de los philosophes eran contrarios a la Revelación; solo hay que conocer someramente la obra de autores como La Mettrie, Holbach o Voltaire para comprenderlo. Uno de los colaboradores de la Enciclopedia, Du marsais, escribía: <El verdadero filósofo es el hombre que se ha liberado a si mismo de los prejuicios impuestos por la educación religiosa, que reconoce que la religión no es más que una pasión humana nacida de la admiración, del temor o de la esperanza>. El espíritu enciclopedista, marcado por el deísmo inglés, era contrario, en su conjunto a toda fe revelada. Uno de sus primeros autores, Toland, ha dejado escrito:
Creer en la divinidad de las Escrituras, o en el significado de cualquier pasaje de las mismas, sin pruebas racionales o de una evidente consistencia, es de una credulidad inaudita y una opinión temeraria
Deísmo y racionalismo radical, en definitiva, son denominador común en la obra de los ilustrados; el ateísmo incluso aparece en la última generación, con Holbach. Pero acaso eso solamente no justificaría el odio a la religión, particularmente la católica, que aparece en algunos de ellos.
Este es el caso de Frangois-Marie Arouet, llamado Voltaire, precisamente el sumo sacerdote de aquel <partido> de los filósofos; el más admirado de todos enamorado a su vez de Inglaterra. Y
Lo resumia en la abreviatura Ecr. I ‘inf, (Écrasez l’infámé) presente en sus escritos. Ese odio, contrario realmente a la razón, única guía, supuestamente, de aquellos hombres, podria explicarse desde la experiencia de alguien que despues de ingresar en una secta que maquina contra la Iglesia, y pasar por el estamos hablando de alguien, que aparte de ser deista, se inició en una de las principales logias de Francia, la parisina de Las Nueve Hermanas, creada el 11 de marzo de 1776; la misma a la que perteneció Benjamín Franklin, que llegó en ella a ser Venerable, y tantos personajes como iremos viendo enseguida. Voltaire no se limitaba a rechazar la fe como el resto de ilustrados radicales; <acuñó el lema blasfemo Aplastad al infame, que no es otro que Cristo> consiguiente proceso iniciático, con rituales como los descritos, llega a adorar a otra realidad distinta de Dios, sea – en un primer momento-, el Ser Supremo sea Lucifer, el hombre o uno mismo, al final del recorrido, Alguien que, en realidad, ha renunciado a su propia racionalidad.
Ese es el componente que añadía la Masonería al deísmo inglés, al racionalismo llevado hasta el extremo. Si no lo aprendió en su logia, en la que ingresó tarde, lo llevó a ella. Pero entonces ¿cómo llegó hasta ahí?
Hay que decir que Voltaire abandonó la Masonería y murió cristianamente, confesado y pidiendo perdón a Dios y a la Iglesia por escrito, como algunos otros masones famosos; tal es el caso de Manuel Azaña aunque este último no estuviera ya en condiciones de escribir nada ni se lo hubieran permitido los masones que le pagaban el hotel de Montauban. Entre ambos masones, reconciliados con la fe a última hora, es evidente. Uno no hubiera existido sin el otro; al menos sin la generación de <hermanos> ilustrados que hizo posible la de los republicanos españoles, con gran perjuicio para las almas de muchos; pero a la vez con tantos mártires como enviaron al Cielo; y desde allí defienden a la Iglesia.
La Masonería estaba plenamente consolidada en Francia a mediados del siglo XVIII: si bien al principio la conexión británica era evidente hasta en las denominaciones, en 1756 se impuso.
Pero en cualquier caso, especulaciones aparte, el daño estaba hecho: suprimiendo el Cristianismo, los philosophes eliminaron la ley natural. Rousseau había afirmado: < Puesto que la naturaleza no produce ningún derecho, quedan pues las convenciones como base de toda autoridad legitima> y < La voluntad general es siempre recta>, a lo que León XIII responderia en el siguiente siglo: <la naturaleza de la libertad humana, [..] incluye la necesidad de obedecer a una razón suprema y eterna, que no es otra que la autoridad de Dios>. Actualmente, es obvio que impera la teoría rousseauniana, tan adecuada para justificar cualquier atropello en nombre de un pueblo al que no se consulta en cuestiones vitales; un pueblo, además, ya muy trabajado desde hace generaciones por el poder masónico para que no presentara resistencia a sus designios.
«Gran Logia de Francia», que se transformó en «Gran Oriente de Francia» en 1773 con el duque de Orleans como primer gran Maestro hasta 1793 que fue guillotinado>,
Con la constitución del Gran Oriente se abría la puerta a la Masonería <irregular>, que dejaba de aceptar la totalidad de los landmarks originarios; se iniciaba una Masonería revolucionaria que no dejaría de radicalizarse con el paso del tiempo. Para complicar más la cuestión, en 1785, al ser suprimida en Baviera su orden, llegaban a Francia los primeros Illuminati; justo a tiempo para el cambio de era. La fragmentación de la Masonería estaba en marcha e iría a más, generando diferentes rituales, polémicas internas que acabarían originando nuevas ramas, progresivamente más irregulares y revolucionarias. Aunque las clases dirigentes francesas no percibieran el peligro que encerraba aquella eclosión masónica
José Antonio Ullate, o. c., p. 157
César Chesnau Dumarsais, El filósofo
Alberto Bárcena, La Guerra de la Vendée. Una cruzada en la Revolución, p. 30
«La Revolución Francesa», en Javier Paredes (dir.), Historia Universal Contemporánea, capítulo 4, pp. 91-146
Robert Shackleton, o. c. p. 330
Ricardo de la Cierva, La Masonería Invisible.., p. 69
*<«Yo me he confesado con el sacerdote (.) y si Dios dispone de mí, muero en la santa religión católica, en la que he nacido, esperando de la misericordia divina que se digne perdonar todas mis faltas y que si he escandalizado a la Iglesia pido perdón a Dios y a ella» (firmado: Voltaire, 2 de marzo de 1778).Cf. texto completo en Guillermo Buhigas LOs protocolos. .-Memoria histórica, Sekotia, Madrid, 2008, 288-289″, en Manuel Guerra, Masonería.., p. 137
*El obispo de Montauban, monseñor Pierre-Marie Théas, habló con Azaña, ya muy enfermo, en octubre de 1940, revelando después las circunstancias de su conversión: <A esta pregunta: ¿desea usted el perdón de sus pecados?, respondió: Sí>, En 1952 añadió el obispo: <Recibió con plena lucidez el sacramento de la penitencia, que yo mismo le administré, Hablando del crucifijo que le presentó, dijo también: <lo cogió de mis manos, lo acercó a sus labios, besándolo amorosamente por tres veces y exclamando cada vez: iJesús, piedad y misericordia! Este hombre tenía fe. Su primera educación cristiana no había sido inútil …>, El 3 de noviembre, por último, le administró la extremaunción. Ver Gabriel Verd, S.., «La conversión de Azaña», en Razón y Fe, 1986.
Contrato Social, Libro I, Cap. IV
León XIII, Carta Encíclica Libertas praestantissimum, 8
Manuel Guerra, Masonería.., p. 33
