Sobre la riqueza en los templos
Dios mismo ordenó los adornos y la magnificencia del Tabernáculom (Ex 25,3): <He aquí, dice el Señor, lo que los israelitas deben ofrecerme: el oro, la plata, el bronce (..)>; Jesucristo bajado a la tierra para enseñarnos a adorar a Dios en espíritu y en verdad, no ha vituperado en ninguna parte la magnificencia del templo ni el aparato de las ceremonias; ha llamado al templo, como los judios, la casa de Dios, el lugar santo; dice que el oro y los demás dones son santificados por el templo en que son ofrecidos (Mt 23,1 7); no desaprobaba, pues, las riquezas de este edificio (…). Cuando Constantino ya cristiano hizo construir iglesias, hubiera sido conveniente que economizase gastos, y que hiciese chozas, mientras que habitaba en palacio? Dijo sin duda como David (I Re, 7,2): <Habito yo una casa de cedro; ¿es justo que el arca de Dios esté bajo tiendas?, y razonó bien>
A. BERGIER, Diccionario de teología (V. 4), Primitivo Fuentes, Madrid 1846, 324.
