La mujer medieval: ¿una reprimida?



Según narra Pernoud, hay una época y un monasterio que marcarán un antes y un después en la vida religiosa femenina del occidente cristiano: la abadía de Saint-Jean de Arles, desde donde se podría establecer una <geografia de los conventos medievales en los siglos V, VI y VII>: protectoras de las artes y las letras, las religiosas ejercieron especialmente en Germania y Gran Bretaña una considerable influencia en la nueva evangelización:

En Alemania la vida monástica cobrará un impulso extraordinario las abadesas, que suelen estar emparentadas con emperatrices, son en general mujeres de valia que hacen de sus conventos centros de cultura al mismo tiempo que de oración; asimismo, sus alianzas familiares las llevan a desempeñar una función importante en la vida política (…). En Germania como en el resto de occidente, la difusión de la fe cristiana es obra de las mujeres

Ya hablaremos de algunas de ellas más adelante. Pero en cuanto a la vida consagrada, vale rescatar un dato que se ha perdido en el mundo en que vivimos. Lejos de ser un mundo machista o puritano como a menudo se lo presenta no pocos monasterios de la cristiandad de los siglos VI y VII eran monasterios mixtos. Sí, aunque usted no lo crea. Se trataba de congregaciones dobles, es decir, con rama masculina y femenina que convivían sin mucha dificultad albergando a ambas ramas en claustros independientes separados por la iglesia abacial en el centro, único sitio donde se reunían para la oración y los oficios litúrgicos. En realidad, como señala Pernoud, se trataba más bien de una necesidad, pues <los monasterios se instalan por lo general en lugares apartados, adecuados para el recogimiento. En una época con medios de transporte sumamente escasos, para las monjas era indispensable la proximidad de los sacerdotes para la misa y los demás oficios litúrgicos>.  Por otra parte, en aquella época los monjes vivían del fruto de sus propias manos y era necesario mucha dedicación y fuerza para los trabajos más fuertes; así, los hombres se dedicaban al arado, el riego y la cosecha, siendo su presencia casi indispensable para las religiosas, que se dedicaban a quehaceres más propios de su condición femenina. Así, en una verdadera sociedad monjes y monjas se ayudaban mutuamente para alcanzar el reino de Dios; ambos, regidos por la regla benedictina o cisterciense, tenían un fin en común regidos muchas veces… por una mujer!

¿Una mujer dirigiendo a los monjes? Como lo oímos. Vemos el caso que narra la gran medievalista francesa acerca del monasterio de Fontevraud, donde las mujeres estaban al mando.

El 31 de agosto de 1119, el monasterio de Santa Maria de Fontevraud en Anjou, Francia, recibió a un visitante ilustre: el papa Calixto II. En presencia de una multitud de prelados, barones, eclesiásticos y gente sencilla, el pontífice acudió en persona para proceder a la consagración del altar mayor de la flamante abadía. En el atrio de la iglesia, en vez de recibirlo el abad del monasterio lo aguardaba una jovencita de sólo 26 años, la abadesa Petronila de Chemillé, quien regía la abadía mixta desde hacía más de cuatro años.. El monasterio había sido fundado por el célebre Roberto de Arbrissel: nacido en Bretaña (Francia) en el año 1050 e hijo de un sacerdote católico poco cuidadoso de su castidad, decidió con el tiempo seguir los pasos de su padre pero con mayor observancia, transformándose con el tiempo, en un celoso predicador contra la simonía y los malos clérigos

Deseoso de abrazar una vida más austera, Roberto se dirigió hacia el bosque de Craon hasta que, como narra Pernoud <como suele sucederle al que busca a Dios en la soledad, al poco tiempo se encontró rodeado de numerosos imitadores que se convirtieron en sus fieles. En esa época la iglesia vivía momentos de gran fervor y renovación gracias a la reforma gregoriana que se manifestaba, entre otras cosas, en la creación de nuevas órdenes: las cartujas el Cister, Grandmont, etc; la orden de Fontevraud ocupaba en este contexto un lugar importante. Alrededor de Roberto se formaron espontáneamente grupos de jóvenes y gente mayor, de modo que un día el ardiente eremita sintió la necesidad de establecer a los compañeros que lo rodeaban en un monasterio; el señor Renaud de Craon facilitó su fundación otorgándole una tierra donde se levantaría en 1096 Santa María de la Roé>, siendo incluso visitado por el papa Urbano II que por entonces predicaba una de las cruzadas en tierras francesas, A él, ávidos de santidad, comenzaron a acudir hombres y mujeres de todas las condiciones: pobres, nobles, viudas y vírgenes, ancianos y jóvenes; hasta las prostitutas se dirigían arrepentidas para cambiar en este sitio. Enseguida sus fundaciones fueron múltiples: cuando en 1105 el papa Pascual II confirmó la fundación de la orden, ésta ya contaba con seis conventos La abadía de Fontevraud, como casa madre, llegó a reunir a comienzos del S. XII a 300 monjas y 70 monjes; al poco tiempo la orden se fue ramificando y hacia el año 1140 el abad de Suger de Saint Denis estimaba en 5000 el número de miembros. La orden se convirtió en un sitio temeroso para los padres de familia, a causa de la cantidad de vocaciones que suscitaba, pues hasta los esposos decidían a veces abrazar la vida religiosa, como fue el famoso caso de Inés de Ais y su esposo Alard: cierta tarde que los jóvenes enamorados paseaban cerca de la abadía de Fontevraud, y a pesar del mutuo amor profesado en los altares decidieron separarse por quien es el Amor de los amores; con el tiempo, el conde de Ais donaría a la nueva orden la tierra de Orsan y su esposa llegaría a ser la primera priora de la orden.

Pero todo esto no sería más que la historia de una de las tantas órdenes religiosas medievales, si no tuviese esa característica enunciada más arriba, pues por disposición de su fundador, todo hombre o mujer que ingresaba a la vida religiosa, debía profesar obediencia a una… mujer!,

«Sabed, hermanos muy queridos, que cuanto construí en este mundo lo hice por el bien de las hermanas: les he consagrado toda la fuerza de mis facultades y, lo que es más, yo mismo y mis discípulos nos hemos sometido a su servicio por el bien de nuestras almas. De modo que con vuestra aprobación he decidido que mientras yo viva sea una abadesa quien dirija esta congregación; que después de mi muerte nadie se atreva a contradecir las disposiciones que he tomado»

Pero no cualquier mujer… Roberto de Arbrissel dispuso que la abadesa no debía ser una virgen sino una viuda, es decir, una mujer que hubiese tenido la experiencia del matrimonio Era necesario haber conocido la naturaleza del hombre para poder dirigirlo; fue ésta una de las condiciones más importantes por la que se eligió a Petronila de Chemillé, cierta joven hermosa que, luego de la prematura muerte de su esposo había ingresado en la Orden a la tierna edad de 22 años, Hubo incluso en la historia de la orden otra abadesa que, lejos de la vida tranquila de Petronila, vivió los amoríos del mundo gozando de mala reputación entre la gente de la época; se trata de la historia de Bertrade de Montfort, esposa del noble Foulques de Anjou, terminó abandonándolo para convertirse en la amante nada menos que del rey de Francia, Felipe I.. Pero como la Iglesia conoce las debilidades de sus hijos, esta nueva Magdalena hizo, luego de su conversión, profesión de religiosa en 1114 en Fontevraud, llegando a ser con el tiempo, priora de una nueva fundación

Regine Pernoud, op. cit., 24-25.

(ibídem, 139).

Retrato.Felipe de Champaigne. 1654. Abadfa de Port-Royal des Champs, Petronila de Chemillé
Derecha Abadía de Saint-Jean de Arles

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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