Juan Pablo II y ¿un pedido de perdón mal interpretado?

Juan Pablo II y ¿un pedido de perdón mal interpretado?

En 1994, con vistas al Gran Jubileo del año 2000 y continuando la tarea de revisión histórica dispuesta por el Concilio Vaticano II, Juan Pablo II se propuso un examen de conciencia de fin de milenio, reconociendo, donde los hubiera habido, los errores de sus hijos en los últimos diez siglos. Es tal vez el más significativo, y el que particularmente aquí más nos interesa, el referido al Tribunal de la Inquisición. Los distintos pronunciamientos de Juan Pablo II al respecto han sido siempre, sin excepción, puntuales e inequívocos, al igual que los de aquellos cardenales que más estrechamente lo acompañaron. Especialmente luego de concluido el Simposio Internacional sobre la Inquisición, por él convocado en el año 1998, al cual nos referiremos en breve. Sorpresivamente para muchos propios y extraños, la opinión del pontífice sobre el Santo Oficio -y las de varios prestigiosos cardenales, estrechos colaboradores suyos, como Etchegaray, Tauran, Biffi, Ratzinger y Cottier- ha sido muy distinta a la que muchos suponen; considerando, en conjunto, que el Tribunal de la Inquisición fue necesario en su tiempo, justo en sus procedimientos y generalmente piadosos sus funcionarios.

Se ha hablado y escrito mucho sobre el tema, pero casi siempre mal y sin sustento científico, recurriendo no pocas veces a la manipulación de la información. El pronunciamiento de Juan Pablo II, por cierto, no escapará a esto último. De aquel gesto pontificio se ha venido tejiendo una vasta red de sucesivas inexactitudes y malentendidos. Entre las gravísimas tergiversaciones, simplificaciones y omisiones registradas sobre las valoraciones del pontífice y de la Comisión Teológica Internacional, se lee lo siguiente en un conocido diario argentino: «Entre los errores del pasado citó -refiriéndose a Juan Pablo II- el antisemitismo, la brutalidad de la Inquisición y las discriminaciones». Otros titulares rezaban: «El Papa pide perdón por el escándalo de la Inquisición», dejando la sensación a todo receptor -mediante el agregado de sugestivos epítetos- que el tribunal de la Inquisición había sido una institución intrínsecamente malvada, y la Iglesia del pasado, por supuesto, su cómplice. Algunos medios, empero, advertían avanzada la nota que el Papa -en realidad había reconocido abusos en la Inquisición, por los cuales pidió disculpas. Esto generó una lógica confusión en el lector, en quien prevalecía la información del titular enaltecido con mayúsculas y subrayados, predisponiéndolo a creer que aquellos abusos eran parte constitutiva y esencial del tribunal. En resumidas cuentas, todos los medios confluían en lo mismo: «El Papa había pedido perdón por la Inquisición», y de esto, no sólo el mundo, sino muchos católicos, hicieron una suerte de dogma. Revisando las fuentes originales se constata que estas afirmaciones difundidas masivamente por el mundo, atribuidas a Juan Pablo II, estaban lejos de ser ciertas. Correspondían más bien a criterios e interpretaciones de los mass media que, a su vez, iban siendo recogidas por el resto de los comunicadores sociales. No sólo no era cierta la información, sino que incluso, especialmente en lo que respecta a la Inquisición, se encontraba en franca oposición a la intención del pontífice. Lo que el Papa había hecho, en rigor, era pedir su valoración, ordenando investigar profundamente la institución, pues entendía que no podía pedirse perdón por errores que podrían no haber existido nunca, y mucho menos condenar tan ligeramente la existencia de un tribunal al que tantos santos, mártires, pontífices, sabios y un sinfin de hombres probos consideraron necesario en su tiempo. No ignoraba, desde luego, el hecho de que varios inquisidores habían sido verdaderos santos y mártires de la Fe, como San Pedro de Arbués y San Pedro de Verona, e incluso prudentísimos pontífices como el caso de Adriano VI y San Pío V. Por esto mismo, los pronunciamientos de Juan Pablo II al respecto se destacan por la prudencia patrística, «regla recta de la acción», según consignaba Santo Tomás. «Un correcto juicio histórico – advertía el pontífice polaco- no puede prescindir de un atento estudio de los condicionamientos culturales del momento». Esto decía antes de comenzados los estudios sobre el Santo Oficio por el Simposio de Roma: La petición de perdón que debe hacer la Iglesia por los pecados de sus hijos a través de la Historia, en particular en el caso la Inquisición, exige conocer con rigor científico los hechos tal y como fueron. Ante la opinión pública, la imagen de la Inquisición representa de alguna forma un símbolo de antitestimonio y escándalo. En qué medida esta imagen es fiel a la realidad?

¿En qué medida era cierta entonces esta pretendida condena hacia el tribunal de la Inquisición? El Papa pedirá disculpas sobre algunos casos muy particulares en los que se habia probado la veracidad de los hechos. Lo cual, en rigor, no debería haber sorprendido a nadie, pues la Iglesia siempre había reconocido las faltas y excesos a la que no pocas veces se habían prestado algunos de sus hijos. No hay más que repasar los registros que aún se conservan de la época, donde constan severos castigos al desaprensivo inquisidor, obispo, laico o sacerdote. Estos abusos, por tanto, habían sido ya reconocidos en el pasado, incluso en aquel mismo momento histórico. No obstante, a fin de renovar el perdón a Dios y echar luz sobre aquel infundado mito que seguía pesando y creciendo entre los mismos fieles católicos, decidió abocarse decididamente a recordar e insistir en el aborrecimiento que siempre habia sentido y expresado la Iglesia por los abusos de cualquier índole. Muy lejos de la realidad que se comunicaba, las palabras textuales de Juan Pablo II serán las siguientes: «Pedimos perdón por las divisiones entre cristianos, por el uso de la violencia por algunos cristianos en el servicio de la verdad y por el comportamiento de desconfianza y hostilidad usado a veces hacia los seguidores de otras religiones». Agrega, en Reconocimiento de la culpa al ser vicio de la verdad, que «en ciertas épocas de la historia, los cristianos permitieron algunas veces métodos de intolerancia. Es fácil deducir de estas palabras el carácter excepcional que otorga el pontífice a los abusos, en marcado contraste con la información de los medios que endilgaban, especialmente al caso del Santo Oficio, carácter general. Veamos que decía a este respecto el cardenal Joseph Ratzinger, antes de ser elevado al pontificado como Benedicto XVI: «Hace muy poco, un profesor italiano liberal, estuvo investigando en unos cuantos procesos [en los archivos de la Inquisición], durante algún tiempo, y él mismo declaró que le había defraudado bastante. En vez de encontrar grandes luchas entre la conciencia [de los reos] y el poder [de la Iglesia], que era lo que él buscaba, lo que allí había eran procesos criminales ordinarios. Eso se debe a que el tribunal de la Inquisición romana era bastante moderado. Los mismos procesados por algún delito civil, añadían cualquier factor religioso como brujería, profecía, etc., a su delito, para que les enviaran ante el tribunal de la Inquisición». Pues en todos los tiempos donde existió la Inquisición fue vox populi la honestidad de sus funcionarios, de los procesos, pero sobre todo las buenas condiciones de sus cárceles y el trato que en ellas se dispensaba a los reos. Lo cierto es que no sólo el tribunal de la Inquisición ha sido víctima de esta masiva campaña mediática de desinformación. Existen dos casos por demás paradigmáticos: el de las «Cruzadas» y el de las «brujas». No cesa de afirmarse, incluso de boca de algunos católicos, que «el papa pidió perdón por las cruzadas».

Esto es absolutamente falso. La única oportunidad en que se hallará al pontífice aludiendo a las cruzadas será en el año 1995, y no justamente con ánimo de condena o retractación de aquella heroica gesta que salvara a Occidente del terror mahometano, sino, contrariamente, alabando el celo de los cruzados medievales y permitiéndose el abierto elogio a Catalina de Siena, quien, como se sabe, había sido valerosa y honrada cruzada – en aquella promovida por Gregorio XI-. En ella, entre otras virtudes, encontró Juan Pablo II la del «celo ejemplar de amor valiente y fuerte». También se ha dicho que la Iglesia pidió perdón por «la quema de brujas». Esto también es completamente falso. Lo cierto es que el Papa jamás aludió siquiera tibiamente a este asunto por el simple hecho de que tal persecución jamás existió. Que hubo una gran persecución, injusta y despiadada en algún momento de la historia, es cierto, ipero exclusivamente por parte de los protestantes!  Si bien no es objeto de este trabajo el análisis de los diversos mea culpa enunciados por Juan Pablo II, conviene tener presente que la misma tergiversación detectada en asuntos como la Inquisición y las Cruzadas, está presente prácticamente en cada reconocimiento y/o pronunciamiento realizado por el pontífice en torno a distintos sucesos, como el Cisma de Oriente o el mentadísimo Caso Galileo. El gesto pontificio del Mea Culpa supuso de alguna forma una magnífica oportunidad a los enemigos de la Iglesia Católica para, mediante la malversación del mensaje, «confirmar» como ciertos los prejuicios y leyendas negras que sobre ella pesaban. Esta posible consecuencia había sido prevista por la Iglesia. Muchas y calificadas fueron las voces advirtiendo al Papa sobre el seguro oportunismo de algunos sectores adversos a Roma. No obstante, a pesar de ello, Juan Pablo II se volcó decidida y evangélicamente a la tarea del reconocimiento. Este recurrente artilugio empleado por manipuladores de información ya había sido advertido, entre otros, por el Papa Gregorio XVI  en su célebre encíclica Mirari Vos y recientemente por Benedicto XVI, alertando en el año 2008 acerca del «cinismo relativista» que sustituye a la verdad en la comunicación. «El compromiso con las cuestiones de la verdad expresaba- debe centrar toda reflexión sobre la comunicación humana; un comunicador puede intentar informar, educar, entretener, convencer, consolar, pero el valor final de cualquier comunicación reside en su veracidad». En mayo de ese mismo año, en su mensaje para la XLII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, luego de oportunos reconocimientos, advertía: ‘Ciertamente, los medios de comunicación social en su conjunto no solamente son medios para la difusión de las ideas, sino que también pueden y deben ser instrumentos al servicio de un mundo más justo y solidario. Lamentablemente, existe el peligro de que se transformen en sistemas dedicados a someter al hombre a lógicas dictadas por 1os intereses dominantes del momento. Es el caso de una comunicación usada para fines ideológicos o para la venta de productos de consumo mediante una publicidad obsesiva [..] Se constata, por ejemplo, que con respecto a algunos acontecimientos los medios no se utilizan para una adecuada función de información, sino para <crear> los acontecimientos mismos». Por tanto, se hace imperativo hoy más que nunca -y especialmente en lo referido a asuntos que atañen a la Iglesia Católica- revisar las fuentes de las que se obtiene la información

Diario Clarín, Buenos Aires, 3 de marzo del año 2000.

Comisión Teológica Internacional, Memoria y Reconciliación: La Iglesia y las Culpas del Pasado, Editorial Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2000, 2. Consultar versión digital en http:/ /www.vatican. va/roman curia/congregations/cfaith/cti do- cuments/rc_con_cfaith_ doc 2000030 7 _memory-reconc-itc_sp.html.De aquí en adelante nos referiremos a este documento como «Memoria..» seguido del número de capítulo y nota.

El 12 de marzo de 2000 (con motivo de la celebración litúrgica que caracterizó la Jornada del Perdón). Recogido de agencias Reuters, ANSA y CNN en español, versión digital

Ratzinger Joseph, La sal de la tierra, Ed. Palabra, Madrid, 1998, p.111 5 Saludo dominical, 12 de diciembre de 1995.

Luigi Accatolli, ob. cit., p.87 Recordemos que Catalina de Siena sostenía que tres dones podían obtenerse participando en las cruzadas: «La paz de los cristianos, la penitencia de esos soldados y la salvación de muchos sarracenos» (refiriéndose a la salvación eterna; pues era bastante frecuente la conversión de infieles al cristianismo ante las magnánimas condiciones de rendición ofrecidas por los cristianos; descubriendo en ellos, en su caridad y celo evangélico, la verdadera fe). Para más prueba acerca del reconocimiento y defensa de Juan Pablo II hacia los Cruzados de la Cristiandad ver carta del Cardenal Wyszynski, Primado de Polonia, con la firma de 34 arzobispos y obispos, al Episcopado Español, sobre el Milenario de Polonia, de 18 de noviembre de 1965. Entre los firmantes se encontraba Juan Pablo II, entonces obispo de Cracovia.

Revista Cabildo, Buenos Aires, Abril del 2000, p.24

La Encíclica dice: «Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa [..] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por Su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra». Bien decía también el P. Félix y Salda: «Al vapor se escriben los periódicos, y al vapor me los venden o me los dan en plazas y paseos, y lóelos yo al vapor, sin tener tiempo de meterme en profundas investigaciones. Y luego, si el veneno anda allí tan desleído o tan azucarado, ¿quién diablos se libra de él, como no tenga muy finos paladar y olfato? P. Félix Sardá y Salvany, Los malos periódicos, op., III, p.4, cfr. http://propagandacatólica.blogspot.com

Ciudad del Vaticano, 23 de mayo de 2008, cfr.zenit.org (en ocasión del Congreso de Facultades de Comunicación Social de las Universidades Católicas).

Mensaje de su Santidad Benedicto XVI para la XLII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, «Los medios: en la encrucijada entre protagonismo y servicio. Buscar la verdad para compartirla», 4 de mayo de 2008, cfr. http://www.vatican. va. Agregaba: «También a los medios de comunicación social se puede aplicar lo que escribi en la encíclica sobre la ambigüedad del progreso, que ofrece posibilidades inéditas para el bien, pero al mismo tiempo abre enormes posibilidades de mal que antes no existían (cf. n. 22). Por tanto, es necesario preguntarse si es sensato dejar que los medios de comunicación social se subordinen a un protagonismo indiscriminado o que acaben en manos de quien se vale de ellos para manipular las conciencias [..] Hay que evitar que los medios de comunicación social se conviertan en megáfono del materialismo económico y del relativismo ético, verdaderas plagas de nuestro tiempo. Por el contrario, pueden y deben contribuir a dar a conocer la verdad sobre el hombre, defendiéndola ante los que tienden a negarla o destruirla». También advertiría sobre este fenómeno tan actual el Cardenal Georges Cottier; esta vez en referencia al maltrato que se ha dado al tan comentado y poco estudiado caso «Galileo»: «A este respecto, debemos mostrarnos atentos a la imagen pseudo histórica que suele encontrar espacios en los medios de comunicación».

G. Cottier, La chiesa davanti alla conversione, Tertio millennio adveniente. Testo e commento.., p.164. Cit. en Luigi Accatolli, ob cit., pp.129-130.

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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