Por lo cual, con la ayuda del Señor, nuestro Dios, intentaré contestar, según mis posibilidades, a la cuestión que mis adversarios piden, a saber, que la Trinidad es un solo, único y verdadero Dios, y cuán rectamente se dice, cree y entiende que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son de una misma esencia o substancia; de suerte que, no burlados con nuestras excusas, sino convencidos por experiencia, se persuadan de la existencia del Bien Sumo, visible a las almas puras, y de su incomprensibilidad inefable, porque la débil penetración de la humana inteligencia no puede fijar su mirada en el resplandor centelleante de la luz si no es robustecida por la justicia de la fe
Primero es necesario probar, fundados en la autoridad de las Santas Escrituras, si es ésta nuestra fe. Luego, si Dios quiere y nos socorre, abordare mi respuesta a estos gárrulos disputadores, más hinchados que capaces, enfermos de gran peligro, ayudándoles quizá a encontrar una verdad de la cual no puedan dudar, y obligándolos, en lo que pudieren encontrar, a poner en cuarentena la penetración y agudeza de su inteligencia antes que dudar de la verdad y rectitud de nuestras disquisiciones. Y si hay en ellos una centella de amor o temor de Dios, vuelvan al orden y principio de la fe, experimentando en sí la influencia saludable de la medicina de los fieles existente en la santa Iglesia, para que la piedad bien cultivada sane la flaqueza de su inteligencia y pueda percibir la verdad inconmutable, y así su audacia temeraria no les precipite en opiniones de una engañosa falsedad. Y no me pesará indagar cuando dudo, ni me avergonzaré de aprender cuando yerro
De Trinitate. Agustín de Hipona
