Nadie puede ser progresista sin ser doctrinal



El <progreso>, tema de conversación general, constituye sin duda un caso extremo. Tal como se enuncia en la actualidad, el <progreso> es sencillamente un comparativo del que no hemos establecido el superlativo. Enfrentamos todo ideal de religión, patriotismo, belleza o placer bruto al ideal alternativo del progreso; es decir, comparamos toda propuesta de obtener algo sobre lo que poseemos conocimientos con la propuesta alternativa de obtener mucho más de nadie sabe qué.

El progreso, correctamente entendido, tiene un sentido sin duda serio legítimo. Pero usado en oposición a unos ideales morales precisos, se convierte en algo absurdo. No es cierto que el ideal de progreso deba oponerse al de finalidad ética o religiosa. Lo cierto es, precisamente, lo contrario. A nadie servirá usar la palabra <progreso> a menos que cuente con una creencia definida y con un código de moral sólido. Nadie puede ser progresista sin ser doctrinal; me atrevería casi a decir que nadie puede ser progresista sin ser infalible; en cualquier caso, no puede serlo sin creer en cierta infalibilidad. Pues el progreso, tal como se deduce de su mismo nombre, indica una dirección; y en el instante en que sentimos la menor duda acerca de la dirección a seguir, vacilamos también, y en el mismo grado, acerca del progreso mismo. Tal vez nunca como ahora, desde el principio del mundo, se ha vivido una época con menos derecho a pronunciar la palabra <progreso>.

En el católico siglo XII, en el filosófico siglo XVIII, la dirección puede haber sido buena o mala, los hombres pueden haber discrepado más o menos sobre lo lejos que querían llegar, y hacia dónde deseaban ir, pero, en general, estaban de acuerdo en la dirección y, por consiguiente, contaban con una sensación genuina de progreso. Nosotros, en cambio, discrepamos precisamente sobre la dirección, si la excelencia futura pasa por más leyes o menos leyes, por más o menos libertades; si la propiedad acabara por concentrarse o por repartirse; si la pasión sexual alcanzará su mayor desarrollo en un intelectualismo casi virgen o en una libertad animal plena; si debemos amar a todo el mundo, con Tolstói, o si, con Nietzsche, no hemos de salvar a nadie.

Estas son las cosas sobre las que en realidad más luchamos. No sólo es cierto que la época que menos ha determinado qué es el progreso sea la más <progresista>. Es que la gente que menos ha determinado qué es el progreso es la más <progresista>. A la masa corriente, los hombres que nunca se han preocupado por el progreso, podría encomendársele éste, tal vez. Los individuos particulares que hablan de progreso saldrían disparados en todas direcciones cuando se diera el pistoletazo de salida. No digo, por tanto, que la palabra <progreso> carezca de significado; lo que digo es que carece de significado sin la definición previa de una doctrina moral, y que sólo puede aplicarse a grupos de personas que comparten dicha doctrina. <Progreso> no es una palabra ilegítima, pero lógicamente resulta evidente que para nosotros sí lo es. Se trata de una palabra sagrada, de una palabra que sólo debería ser usada por estrictos creyentes, y en épocas de fe

HEREJES. G.K. Chesterton

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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