El sufrimiento de Jesús es voluntario, Él ha incluso <nacido para poder morir> (según la expresión de algunos Padres de la Iglesia), por eso su sufrimiento es, de hecho, el punto culminante de su trabajo cumplido en la tierra. Esto no es tan ajeno al ser hombre como podría parecer a primera vista. La palabra latina <labor> significa tanto trabajo como pena. Para la mujer, traer un ser humano al mundo es inseparablemente ambas cosas: duro trabajo y dolor. <Dónde existe en el mundo una auténtica fecundidad sin dolor? El grano de trigo debe morir para dar fruto abundante. Ninguna gran obra de arte viene al mundo sin que el artista muera centenares de veces. Todo adolescente debe alcanzar la madurez a través de una soledad que le resulta incomprensible. Ninguno encuentra realmente a Dios sin pasar por desilusiones y lágrimas. Nadie ama al mundo -como san Francisco en el Cántico de las criaturas- sin ser de algún modo estigmatizado. El sufrimiento es un siervo de Dios tan bueno como lo es la alegría. También para el Crucificado son una sola cosa la dolorosa sobreexigencia pasiva de su naturaleza humana y la voluntaria prestación activa, también de esa sobreexigencia, y son fecundas de una manera mucho más profunda que los dolores de parto de la mujer que da a luz. Por eso también el sufrimiento que es llevado en el seguimiento de Cristo puede participar en esa fecundidad.
El sufrimiento, entendido cristianamente, puede ser un tesoro en el que los que sufren no solo invierten para sí en el cielo, sino que lo regalan a sus prójimos; y estos hombres son, muy posiblemente, los más ricos entre los miembros de Cristo. El solo hecho de pensar que son testigos (mártir significa testigo) de la verdad del cristianismo ha levantado y animado a muchos a lo largo de los siglos cristianos y hoy en los gulags. Pero esto es solo el preludio del sentido de su sufrimiento, la continuación y el cenit -y esto debería grabarse explícitamente en el corazón de todos los que sufren- está en que ellos pueden cambiar realmente el mundo, en lo pequeño (es decir, en personas concretas conocidas o no conocidas) o en lo grande (en la política, en la economia y en otros ámbitos e intereses universales). Ellos son dadores, ellos regalan, probablemente en un sentido mucho más comprensivo que los activos y ocupados en sus labores.
Esto forma parte de la singularidad absoluta de la doctrina cristiana. En esto ella es la directa inversión de sentido de todos los intentos humanos mencionados de superar el sufrimiento como un simple mal. Jesús utiliza la idea judía de la <paga> que es recompensada en el cielo por el sufrimiento terreno. En este concepto hay que destacar, sobre todo, que el sufrimiento en primer lugar, el sufrimiento entendido cristianamente indica un valor, tiene un precio que puede ser calculado espiritualmente. Y que esa <paga o recompensa> no sea simplemente algo segundo más allá del primer momento doloroso, nos lo muestra la bella imagen que nos da Jesús de la mujer que da a luz: su labor y su recompensa son dos fases de un mismo acontecimiento. <La mujer, cuando va a dar a luz, siente dolor, porque le ha llegado la hora; pero cuando ha dado a luz al niño ya no se acuerda del aprieto, por la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo> (Jn 16,21). Y el cristiano tiene, además, la posibilidad de dejar que esa recompensa o ese <valor> de su sufrimiento redunde desde un principio en provecho de los demás, y uno puede estar seguro de que si lo hace, Dios no le dejará en ayunas
En el ámbito cristiano este valor del sufrimiento concebido en la fe es evidente. Hasta dónde se extiende ese valor gracias a la misericordia de Dios, incluso más allá del radio de acción de la fe viva, no nos compete a nosotros saberlo por ejemplo, si comprende a los que mueren en el servicio a los demás, o a todos los que soportan con paciencia un destino espiritualmente duro o dolores corporales fuertes-. Pero nosotros podemos depositar con confianza el cuidado de todo esto en las manos de Dios
Dios y el sufrimiento. Balthasar, Hans Urs von
