es el acto de amor radical en el que se consuma realmente la reconciliación entre Dios y el mundo marcado por el pecado. De ahí que este acontecimiento, que no es en sí mismo de tipo cultual, represente la adoración suprema a Dios. En la Cruz la línea <catabática> del descenso de Dios y la línea <anabática> de la ofrenda de la humanidad a Dios se convierten en un único acto. Después de la resurrección el cuerpo de Cristo pasa a ser, a través de la Cruz, el nuevo Templo. En la celebración de la Eucaristía, la Iglesia e incluso la humanidad se ven incesantemente atraidas e implicadas en ese proceso. En la Cruz de Cristo la crítica al culto que llevan a cabo los profetas llega definitivamente a su fin. Y, al mismo tiempo, se instituye un culto nuevo. El amor de Cristo, siempre presente en la Eucaristía, es el nuevo acto de adoración En consecuencia, los ministerios sacerdotales de Israel quedan <anulados> en el servicio al amor, que simultáneamente significa adoración a Dios. Esta nueva unidad del amor y el culto, de crítica del culto y de glorificación de Dios en el servicio al amor, es sin duda una extraordinaria misión que se le confia a la Iglesia y que toda generación debe llevar a cabo
Desde lo más hondo de nuestros corazones (Mundo y Cristianismo) Sarah, Cardenal Robert
