El Señor es mi parte de la herencia y mi copa, mi suerte está en tus manos. Me ha tocado un lote delicioso; sí, mi heredad es la más bella

El Señor es mi parte de la herencia y mi copa, mi suerte está en tus manos. Me ha tocado un lote delicioso; sí, mi heredad es la más bella

la Sagrada Escritura pone de manifiesto la profunda unidad entre los dos Testamentos en virtud del paso del Templo de piedra al Templo que es el cuerpo de Cristo. No se trata de una unidad puramente mecánica: presenta un progreso que demuestra hasta qué punto la intención más honda de las palabras iniciales se cumple precisamente con el paso de la <letra al Espíritu.

Salmo 16, 5-6: las palabras empleadas para el ingreso en el estado clerical antes del concilio Desearía interpretar en primer lugar las palabras de los versículos 5 y 6 del salmo 16 que se empleaban antes del Concilio Vaticano II durante la ceremonia de tonsura que señalaba el ingreso en el clero. Estas palabras las pronunciaba el obispo y las repetía el aspirante quien, de esta manera, era recibido dentro del clero de la Iglesia: Dominus pars hereditatis meae et calicis mei1 tu es qui restitues hereditatem meam mihi: <El Señor es mi parte de la herencia y mi copa, mi suerte está en tus manos. Me ha tocado un lote delicioso; sí, mi heredad es la más bella> (Sal 16, 5-6). De hecho, lo que el salmo indica en el Antiguo Testamento es también lo que indica en la Iglesia: la admisión en la comunidad sacerdotal. Este pasaje recuerda que tanto las tribus de Israel como cada familia encarnaban la herencia de la promesa de Dios a Abrahán; lo cual tenía SU expresión concreta en el hecho de c que cada: familia obtenía en. herencia una porción de la Tierra prometida, que pasaba a ser de su propiedad. La posesión de una parte de la Tierra Santa proporcionaba a cada familia la seguridad de participar de la promesa. Cada una de ellas obtenía la cantidad de tierra que necesitaba para vivir. La historia de Nabot (1 R 21, 1-29), que se negó a entregar su viña a Ajab aun cuando este último estuviera dispuesto a pagarle su precio, muestra claramente la importancia de esta parte concreta de la herencia. Para Nabot la viña era algo más que una valiosa parcela de terreno: significaba su participación en a promesa hecha por Dios a Israel. Si bien los israelitas disponían de un terreno que les garantizaba lo necesario para vivir, la tribu de Leví, por su parte, presentaba una particularidad: era la única que no poseia tierra en herencia. El levita no disponía de tierras y, por lo tanto, quedaba privado de los medios de subsistencia que se obtenían directamente de ellas. Vivía únicamente de Dios y para Dios, lo cual en la práctica implicaba que debía vivir – conforme a determinadas normas — de las ofrendas sacrificiales que Israel reservaba para Dios. Esta figura veterotestamentaria se realiza de un modo nuevo y más profundo en los sacerdotes de la Iglesia, quienes deben vivir solamente de Dios y para Él. San Pablo especifica con toda claridad lo que eso implica en concreto. El apóstol vive de lo que le dan los hombres, ya que él les da a ellos la Palabra de Dios, que es nuestro verdadero pan y nuestra verdadera vida. En el Antiguo Testamento los levitas renuncian a poseer una tierra. En el Nuevo Testamento esa privación se transforma y se renueva: dada su radical consagración a Dios, los sacerdotes renuncian al matrimonio y a la familia. La Iglesia ha interpretado con este sentido la palabra <clero>. Ingresar en el clero significa renunciar a su núcleo vital y aceptar solo a Dios como sostén y garante de su propia vida. El verdadero fundamento de la vida del sacerdote, la sal de su existencia, la tierra de su vida es Dios. El celibato que practican los obispos de toda la Iglesia oriental y occidental -y, según una tradición que se remonta a una época cercana a la de los apóstoles, los sacerdotes de la Iglesia latina en general solo se puede comprender y vivir de forma irrevocable sobre este fundamento. Esta es una idea sobre la que medité detenidamente durante el retiro que prediqué para Juan Pablo I1 y la Curia romana en la Cuaresma de 1983[1 1]: <Para que esto se haga realidad no es preciso llevar a cabo grandes transposiciones en nuestra propia espiritualidad. Pertenecen a la esencia misma del sacerdocio aspectos tales como el estar expuesto del levita, la carencia de una tierra, el vivir proyectado hacia Dios. El relato de la vocación de Lucas (5, 1-1 1), que consideramos un principio, concluye lógicamente con estas palabras: «Ellos 1o dejaron todo y le siguieron» (v. 1 1). Sin ese despojarse de todas nuestras posesiones no hay sacerdocio. La llamada al seguimiento de Cristo no es posible sin ese gesto de liber tad y de renuncia ante cualquier compromiso. Creo que, bajo esta luz , adquiere todo su profundo significado el celibato como renuncia a un futuro afincamiento terreno y a un ámbito propio de vida familiar, más aun, se hace indispensable para asegurar el carácter fundamental y la realización concreta de la entrega a Dios. Esto significa, claro está, que el celibato impone sus exigencias respecto a toda forma de plantearse la existencia. Sobre todo, no puede consolidarse si no hacemos de ese nuestro habitar en la presencia de Dios el centro de nuestra existencia. El salmo 16, como el salmo 1 19, acentúa vigorosamente la necesidad de una continua f amiliaridad meditativa con la palabra de Dios; únicamente así puede esta palabra convertirse en morada nuestra. El aspecto comunitario de la piedad litúrgica, que esta plegaria sálmica necesariamente implica, queda de manifiesto cuando el salmo habla del Señor como «mi cáliz» (v. 5). Según el lenguaje habitual del Antiguo Testamento, esta alusión se refiere al cáliz festivo que se hacía pasar de mano en mano durante la cena cultual, o al cáliz fatídico, al cáliz de la ira o al de la salvación. El orante sacerdotal del Nuevo Testamento puede encontrar aquí indicado, de un modo particular, aquel cáliz por medio del cual el Señor, en el más profundo de los sentidos, se ha hecho nuestra tierra, el Cáliz eucaristico, en el que él se entrega como vida nuestra. La vida sacerdotal en la presencia de Dios viene de este modo a realizarse de una manera concreta como vida que vive en virtud del misterio eucarístico La Eucaristía, en su más prof unda significación, es la tierra que se ha hecho nuestra heredad y de la que podemos decir: «Me ha tocado un lote delicioso; sí, mi heredad es la más bella» (v. 6)>. Guardo en mi memoria el vívido recuerdo de la víspera del día de mi tonsura, cuando estuve meditando este versículo del salmo 16.De pronto comprendí lo que el Señor esperaba de mí en ese momento: quería disponer enteramente de mi vida y, al mismo tiempo, se confiaba enteramente a mí. Entonces entendi que las palabras de ese salmo se aplicaban a todo mi destino: <El Señor es mi parte de la herencia y mi copa, mi suerte está en tus manos. Me ha tocado un lote delicioso; sí, mi heredad es la más bella> (Sal 16, 5-6).

Joseph Ratzinger Benedicto xvI Ciudad del Vaticano, monasterio Mater Ecclesiae 17 de septiembre de 2019

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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