La creación del término «Leyenda Negra» corresponde a Julián Juderias historiador y miembro de la Real Academia de Historia. Desde su premiado ensayo de principios del siglo xx la describe como:
«el ambiente creado por los relatos fantásticos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en todos los paises, las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y colectividad, la negación o por lo menos la ignorancia sistemática de cuanto es favorable y hermoso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte, las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado sobre España»
El Américan Council of Education de 1944, dice: «La <leyenda negra> es un término empleado por los escritores españoles para denominar al antiguo cuerpo de propaganda contra las gentes de la Península Ibérica que comenzó en la Inglaterra en el siglo XVI y ha sido desde entonces una conveniente arma para los enemigos de España y Portugal en las guerras religiosas, marítimas y coloniales de esos cuatro siglos», El Diccionario de la Real Academia Española la define del siguiente modo: «Opinión contra lo español difundida a partir del siglo XVI (..) opinión desfavorable y generalizada sobre alguien o algo generalmente infundada».
Como Leyenda Negra se entiende generalmente a los mitos concebidos de la literatura libelesca engendrada en tabernáculos protestantes -principalmente en Francia, Alemania e Inglaterra- en tiempos de guerra contra España y el pontificado. Libelesca hemos dicho, pues como el mismo vocablo lo indica, su característica principal reside en la carencia de documentación fehaciente y probatoria sobre aquello que se afirma. Propia de ésta táctica es también la narración de relatos fantásticos e inverosímiles cargados de emociones, apelando insistentemente al sentimentalismo (o sensiblería, que no es lo mismo que sensibilidad) procurando de esta forma desviar la atención del lector del objeto del estudio. Se encuentra este artero recurso entre los predilectos de escritores anticatólicos particularmente al tratar la cuestión del Santo Oficio. Así lo descubre el insospechado historiador judío Cecil Roth:
«la afición a la narrativa histórica muy picante, entremezclada con la mayor abundancia posible de anécdotas eróticas campo en que los franceses han ocupado el primer lugar; estas tendencias reforzaron el prejuicio tradicional y el resultado fue que, a medida que avanzó el siglo XIx, a los ataques protestantes estereotipados se les añadieron diversas obras con títulos tales como Los Secretos de la Inquisición. Estas obras deleitaban a los lectores lujuriosos con historias románticas y muy exageradas (que generalmente acababan mal), cuya acción transcurría sobre un fondo de torturas inhumanas, y se hallaba salpicada de batallas a favor de la virtud femenina, con resultados diversos, contra los libidinosos familiares y sus superiores. De un batiburrillo de historias de esta clase nacen las impresiones del actual lector medio inglés y norteamericano. La joven generación musita <sadismo> y <complejo de inferioridad> ante el brebaje infernal, e imagina que se ha resuelto un problema psicológico. Pero esto es un error y una injusticia»‘.
Sobre este desleal método opina el gran erudito del siglo XIX Jaime Balmes: «Los escritores que así han procedido no se han acreditado por cierto de muy concienzudos; porque es regla que no deben perder nunca de vista ni el orador ni el escritor, que no es legítimo el movimiento que excita al ánimo, si antes no le convencen o no le suponen convencido; y además es una especie de mala fe el tratar únicamente con argumentos de sentimiento, materias que por su misma naturaleza sólo pueden examinarse cual conviene, mirándolas a la luz de la fría razón. En tales casos no debe empezarse moviendo sino convenciendo; lo contrario es engañar al lector»
*Julián Juderías, La Leyenda Negra, Casa Editorial Araluce, Barcelona, 1917. Miembro de la Real Academia de Historia, en este excelente trabajo realiza un certero bosquejo de la labor política, científica, literaria y artística de España en el mundo. Según Juderías, que ofrece una amplísima Bibliografia, de los aproximadamente 1000 libros escritos por extranjeros sobre «viajes por España en el siglo XIX, sólo 100 son mínimamente serios Algunos autores, como Santiago Aragó, ni siquiera había pisado Espana para escribir su obra (Julián Juderías, Leyenda Negra, p.355). Hace notar el historiador español que existen más de 400 títulos del siglo XIX sobre el tema de España asociados a la Leyenda Negra. comenta Dominguez Ortiz que el colmo de lo macabro y de la efectividad de los libelos negros se descubre en Llerena, en una torre de la parroquia que había sido convertida en osario, y se piensa que son restos de las victimas de la Inquisición. En Belmez de la Moraleda aparecen unos rostros extraños en el pavimento y se cree que ese fenómeno paranormal debe tener alguna relación con la Inquisición. «Todavía Hoy -se lamenta Ortiz- después de algunos decenios de investigación solvente, después de la publicación de obras, algunas de ellas destinadas al gran público, hay bastante desconocimiento de la materia». Domínguez Ortiz, Los judeoconversos en la España moderna Madrid, Mapfre, 1992, pp.26-27. El académico norteamericano Philip W. Powell dice al respecto de la leyenda negra: «La propaganda que tan efectivamente se empleó para estimular ataques contra España, y a la vez para levantar las naciones que le sucederían en la cumbre del poderío europeo, contribuyó en gran manera a la debilitación y declive de aquel país y de su imperio». Consultar su obra Arbol de Odio, Madrid: Eds. José Porrua, 1972. No obstante cae Roth en la misma trampa que denuncia. Roth y su ensayo resultan por momentos desconcertantes y ambiguos, no sólo por algunas evidentes contradicciones, sino por la pretendida objetividad con que se jacta de haber escrito. No hay más que observar la portada de su libro, donde se exhibe un elemento de tortura (que jamás fue utilizado por el tribunal español), como si aquella pudiera resumir la actuación en conjunto de la Inquisición. Nos referimos también a los comentarios que acompaña junto a cada grabado (de mediados del siglo XIX) que reproduce en su obra; presentándolos como verdades inconcusas, cuando en realidad no son más que producto de una apreciación o imaginación personal. En la página 41, por ejemplo, reproduce una litografía sacada de un óleo de Robert Fleury de 1841, donde se muestra a un reo en la sala de tortura, con el siguiente comentario: «Dominicos en funciones de inquisidores; si el hereje no abjura, perderá los pies y le quemaran las manos». Sabido es que el Tribunal medieval Y español no empleaban este tipo de torturas; esto reconocido hasta Por los mismos detractores, y visible no sólo en las normativas referentes al tormento, sino en las mismas actas de los procesos. Aunque lo más grave del asunto es que lleva a creer, intencionadamente, sin dudas, que eran los mismos inquisidores quienes aplicaban la tortura, lo cual es absolutamente falso. Procederes como estos hacen suponer a Roth mejor publicista que historiador, pues ciertamente esa tapa debe de haberle logrado numerosas reediciones. (Véase C. Roth, La Inquisición Española, Barcelona, ed. Martínez Roca, 1989). Es importante aclarar a este respecto que casi todos los oleos e imágenes existentes sobre la Inquisicion son falsos e injuriosos, pues sabido es que casi todos ellos fueron hechos en Holanda, cuna y bastion de la propaganda anticatólica de la Edad Moderna. Ademas, casi ninguno de sus autores había siquiera pisado España ni, ciertamente, presenciado ninguno de los acontecimientos que con tanto detalle mostraban en sus trabajos, sino que los hacian, imaginaban, «inspirados» en los panfletos que llegaban a sus manos. No obstante hay que reconocerle a Cecil Roth algunos asertos (aunque en realidad no hace más que transcribir de Charles Lea). Refiriéndose al ambiente de la polémica suscitado entre historiadores frente al gran Tribunal, dice con justa razón Palacio Atard: «La Historia -ya lo sabemos- puede proporcionar, para todos los gustos, medias verdades que constituyen las más solemnes mentiras, las más peligrosas mentiras, porque se dan falsificadas entre la verdad». V. Palacio Atard, Razón de la Inquisición, Publicaciones Españolas, Madrid, 1954, p.4.
Jaime Balmes, El protestantismo comparado con el Católicismo, Editorial Difusión, Buenos Aires, 1944, Cap.XXXVI
