Tengo miedo, Señor, de tener miedo y poderte negar



Un corazón valiente como el suyo debía también ser moldeado por el Buen Dios, de allí que uno de sus primeros cuidados después ser coronada reina fuese buscar un santo confesor que le ayudase a salvar el alma. ¿A quién elegir? Quién querria ser el confidente de esta alma de quien, al parecer, Dios había predestinado para hacer grandes cosas? «Quién se animaria a dirigir a una mujer que se había hecho coronar, incluso en ausencia de su esposo, para mostrar que era verdadera reina de Castilla, llevando delante de sí la espada de la justicia como símbolo de su intransigencia ante el delito? Tras detenidas averiguaciones dio con un fraile jerónimo: Fray Hernando de Talavera, hombre con fama de prudencia y santidad a quien mandó llamar enseguida; luego de una prolongada conversación y viendo que era el hombre que le habían indicado, pidió ser oída en confesión

Por aquellos tiempos era costumbre que cuando los príncipes y los reyes acudían al sacramento de la penitencia, tanto confesor como penitente se arrodillasen, uno en símbolo de su sumisión a Dios representado por el sacerdote y el otro en símbolo de sumisión al monarca a quien confesaba; fue grande el asombro de la reina cuando vio que el humilde fraile acercaba una silla para sentarse frente a la reina que aguardaba de hinojos;

– Fray Hernando – le dijo— entrambos hemos de estar de rodillas. No, señora sino que yo he de estar sentado y Vuestra Alteza de rodillas porque es el tribunal de Dios y hago yo sus veces

Isabel reconocerá entonces en ese hombre a quien Dios le había enviado, por lo que comentará tiempo después: <este es el confesor que yo buscaba>, Fue ante él entonces, ante quien, durante 29 años, confiará su alma, sus preocupaciones y sus consuelos

Como bien señala Walsh, se ha dicho de Isabel que era una mística que se las ingenió para llevar la vida de una contemplativa en medio de sus absorbentes ocupaciones familiares y de una carrera pública asombrosamente activa. En ella, como ya hemos dicho, no había nada de quietismo ni de descuido por lo que sucede en el mundo. Era una mística a la manera de todos los grandes místicos occidentales de su época: como Santa Teresa, Santa Catalina de Siena ○ San Ignacio de Loyola. <Nada podía estimular más a Isabel que una labor que los demás consideraban imposible. Las palabras «fatalidad» e «imposible» no formaban parte de su vocabulario habitual. Para ella el fracaso no significaba más que el castigo de Dios a la estupidez humana, No parecia sino de aquellos varones fuertes> que la carmelita de Ávilal deseaba para sus conventos Una pía rima castellana recuerda el modo de orar de la reina:

Tengo miedo, Señor, de tener miedo a no saber luchar.
Tengo miedo, Señor, de tener miedo y poderte negar.
Yo te pido, Señor, que en Tu grandeza no te olvides de mí, y me des con Tu amor la fortaleza para morir por Ti

* Como bien señala Zavala, «Fray Hernando de Talavera era un director espiritual de armas tomar. Antes de nada, abatia el concepto de humana grandeza en el espíritu de sus nuevos penitentes. El grado altísimo de perfección que exigia a los nobles que reclamaban Su tutela se distingue con meridiana claridad en el opúsculo que él mismo escribió para toda la nobleza sobre la Manera de ordenar y emplear santamente el tiempo» (José MARÍA ZAVALA, op. cit., 189)

WILLIAM T. WaLSH, op. cit., 163.
SANTA TERESA DE ÁvILA, Camino de Perfección, C. VII, n. 8

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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