La revolución bolchevique de 1917 produjo una onda de choque ⁃ psicológica y política ⁃ que se abatió con fuerza sobre un mundo ya sacudido por los horrores de la Primera Guerra Mundial. Los macabros detalles de la masacre de la familia imperial rusa en Ekaterinburgo fueron comentados con indignación en los periódicos y en los salones, esparciendo inquietantes imágenes de la barbarie comunista. Barbarie a la cual Europa no estaba en absoluto inmune, como lo demostró la revolución espartaquista en Alemania, el «bieno rojo» en Italia y la proclamación de la República soviética de Béla Kun en Hungría. Si no fuese por la batalla de Varsovia en 1920, el ejército rojo habría penetrado hasta el corazón de Europa, juntándose a las fuerzas revolucionarias locales y subyugando así el Viejo Continente bajo el dominio soviético,
La aprensión por una posible revolución comunista en Europa reforzó, como reacción, el vigoroso renacer espiritual ya visible en muchos países. Renacer que el Papa Pio XI supo aprovechar en pleno, proclamando el Año Santo 1925 como año del Reinado social de Cristo.
«El surgir y el rápido reavivarse de un benévolo movimiento de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia nos proporciona sin duda esperanza de tiempos mejores»,
explicaba el Pontífice en la encíclica Quas Primas. Animados del nuevo fervor, los movimientos católicos de masa florecían por todas partes, con fuerza y lozanía tales que autorizaban las mayores esperanzas.
JULIO LOREDO DE IZCUE. TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN, UN SALVAVIDAS DE PLOMO PARA LOS POBRES
