Esta noción renovada del celibato es fruto del Concilio Vaticano II, que permitió redescubrir el tema patrístico del designio divino. Desde el principio la intención del Creador ha consistido en entablar un diálogo nupcial con su criatura. Esta vocación está inscrita en el corazón del hombre y de la mujer. Por medio del sacramento del matrimonio el amor mutuo de los esposos se integra en el amor de Cristo a la humanidad en todas sus dimensiones corporales, psicológicas y espirituales.
Al amarse, los esposos participan del misterio del amor de Cristo. Contraen esos esponsales cuyo lecho nupcial es la Cruz. Maridos: amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella […]. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. Gran misterio es este, pero yo lo digo en relación a Cristo y a la Iglesias (Ef 5, 25 y 32). Esta vocación esponsal, inscrita en el corazón de todo hombre, implica una llamada a una entrega plena y exclusiva a imagen de la entrega en la Cruz.
Para el sacerdote el celibato es el medio que le lleva a participar de una auténtica vocación de esposo. Su don a la Iglesia queda asumido e integrado en el don de Cristo-Esposo a la Iglesia-Esposa. Existe una auténtica analogia entre el sacramento del matrimonio y el sacramento del Orden, que culminan ambos en una entrega plena. De ahí que estos dos sacramentos se excluyan el uno al otro. < La entrega de Cristo a la Iglesia, fruto de su amor, se caracteriza por aquella entrega originaria que es propia del esposo hacia su esposa [.. Jesús es el verdadero esposo, que ofrece el vino de la salvación a la Iglesia. La Iglesia [..] es también la Esposa que nace, como nueva Eva, del costado abierto del Redentor en la cruz; por esto Cristo está «al frente» de la Iglesia, «la alimenta y la cuida» mediante la entrega de su vida por ella. El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo Esposo de la Iglesia [… En virtud de su configuración con Cristo, Cabeza y Pastor, se encuentra en esta situación esponsal ante la comunidad>.
La capacidad de amor esponsal del sacerdote se entrega a la Iglesia y se le reserva totalmente a ella. La lógica del sacerdocio excluye cualquier otra esposa que no sea la Iglesia. La capacidad de amor del sacerdote debe ser agotada por la Iglesia. <Por tanto está llamado a revivir en SU vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa. Su vida debe estar iluminada y orientada también por este rasgo esponsal, que le pide ser testigo del amor de Cristo como Esposo y, por eso, ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continua y fiel, y a la vez con una especie de «celo» divino (cfr. 2 Co 11, 2), con una ternura que incluso asume matices del cariño materno, capaz de hacerse cargo de los «dolores de parto» hasta que «Cristo sea formado» en los fieles>
Una Iglesia que no viviera la experiencia de ser amada por los sacerdotes célibes acabaría dejando de captar el sentido nupcial de toda santidad. El celibato sacerdotal y el matrimonio, en efecto, van de la mano. Si se cuestiona uno, el otro se tambalea. Con su vida conyugal, los esposos muestran a los sacerdotes el sentido de su celibato. A su vez, el cuestionamiento del celibato afecta al sentido del matrimonio. Así lo ha planteado Benedicto XVI repetidamente: El celibato es un «sí» definitivo […]. Es un acto de fidelidad y de confianza, un acto que supone también la fidelidad del matrimonio [.]. Es precisamente el «sí» definitivo que supone el «sí» definitivo del matrimonio>. Tocar el celibato sacerdotal equivale a dañar el sentido cristiano del matrimonio. Para comprender este misterio, añade el cardenal Ratzinger, <el candidato al sacerdocio tiene que contemplar la fe como la única fuerza en su vida; debe saber que solo vivirá de la fe Solo así, celibato podrá ser el testimonio que edifique a los hombres y además el anime a los casados a vivir bien su matrimonio. Ambas instituciones van estrechamente entrelazadas. Cuando una fidelidad no es posible, la otra tampoco lo es; una lealtad fundamenta la otra […]. La cuestión se presenta así: «¿ES propio del hombre decidir algo definitivo en el ámbito más íntimo de su existencia?» «¿podrá el hombre mantener una decisión definitiva toda la vida?». Yo daría estas dos respuestas con respecto al matrimonio: una, podrá si, de verdad, está fuertemente anclado en la fe; y dos, podrá Si lucha por alcanzar la plenitud del El amor y de la madurez humana>. En los países en vías de evangelización el descubrimiento de la vocación de los esposos a la santidad es muchas veces un desafío. Puede ocurrir que el sentido del matrimonio esté desfigurado, que se pisotee la dignidad de la mujer. Creo que es un grave problema. Para remediarlo hay que enseñar a todos la necesidad de vivir el matrimonio como la entrega total de uno mismo, cómo podría resultar creible para los esposos un sacerdote que no viviera el sacerdocio como una entrega plena de sí mismo?
Frédéric Dumas, Prêtre et époux? Lettre ouverte à mon frère prêtre, Mame, 2018
* <En la virginidad y el celibato la castidad mantiene su significado original, a saber, el de una sexualidad humana vivida como auténtica manifestación y precioso servicio al amor de comunión y de donación interpersonal. Este significado subsiste plenamente en la virginidad, que realiza, en la renuncia al matrimonio, el «significado esponsalicio» del cuerpo mediante una comunión y una donación personal a Jesucristo y a su Iglesia> (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n° 29)
JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, no 22
MARIANNE SCHLOSSEr, en su espléndida intervención durante el Simposio sulle <fide attuali per lordine sacro> organizado por los Ratzinger Schülerkreise y celebrado en Roma el 28 de septiembre de 2019, citaba a un autor sirio del siglo VIll <El sacerdote es el padre de todos los creyentes, tanto hombres como mujeres Por eso, dada Su condición: respecto de los fieles, si se casa, es comparable con un hombre que se desposa con Su propia hija>
JOSEPH RATZINGER, La sal de la tierra, Madrid, Palabra, 1997
Desde lo más hondo de nuestros corazones (Mundo y Cristianismo) Sarah, Cardenal Robert
