Pero lo cierto es que la Leyenda Negra comenzó mucho antes, en la figura de González Montano (un seudónimo), fraile apóstata huído de España, con su Algunas Artes de la Inquisición, descubiertas y sacadas a la luz, publicado en el año 1567. Sobre éste se expide Pérez Villanueva: «Tuvo un gran éxito en Europa, porque servía a la lucha político-ideológica planteada, y ello le aseguró repetidas reimpresiones, relaciones populares, estampas, grabados, libros imaginativos» añadiendo que: «sirvió de fondo a la leyenda, alimento de los datos que convenían a toda una literatura hostil, hasta que Llorente publico su libro ..] Montano, que dispone de su propia experiencia, no utiliza documentación, no conoce la cuestión juridica y describe con prolijidad la tortura y los tormentos Ataca particularmente al Santo Oficio cuando se trata de protestantes, y lo disculpa cuando se trata de moriscos y judaizantes»
En el año 1559 se había publicado una narración novelada de un tal Francisco de la Mina, titulada My escape from the Auto de Fe at Valladolid -refiriéndose al más famoso Auto de Fe del siglo-, logrando varias reediciones hasta el siglo XX. En el mismo año, John Fox, un protestante exiliado de Inglaterra, había publicado un panfleto de nombre The Book of Martys -al que el mismo historiador judío Cecil Roth reconoce como «tremenda exageración» , en el que incluia como mártires a reconocidos criminales y hombres ignotos que nada habían tenido que ver con el martirio
Otro de los pioneros de la Leyenda Negra fue el agente inglés y protestante- ex secretario de Felipe II Guillermo de Orange, publicando en el año 1580 su Apología. El combo de difamadores se completaría con los trabajos de Bartolomé De las Casas -supuesto defensor de los indigenas- y Antonio Pérez, otro antiguo secretario de Felipe II. «Qué no se ha dicho de De las Casas y sus graves imprecisiones, por no hablar de palmarias mentiras? Es notable el descrédito universal de su conocida Brevísima relación de la destrucción de las Indias, cual ha servido de alimento a la leyenda negra en América. Tomemos la opinión del erudito francés Jean Dumont: «Ningún estudioso que se precie puede tomar en serio sus denuncias extremas». Luciano Perena, profesor de la Universidad de Salamanca, dice: «Las Casas se pierde siempre en vaguedades e imprecisiones No dice nunca cuándo ni dónde se consumaron los horrores que denuncia, tampoco se ocupa de establecer si sus denuncias constituyen una excepción. Al contrario, en contra de toda verdad, da a entender que las atrocidades eran el único modo habitual de la Conquista». No es un dato menor que haya sido, paradójicamente, De las Casas quien bregó por la instauración del Tribunal de la Inquisición en América, siendo además uno de los principales promotores del esclavismo de africanos en América. «Arma cínica de una guerra psicológica», es como define Pierre Chaunu al uso que las potencias protestantes hicieron, muy especialmente, de la obra de Las Casas. Cita Alec Mellor un caso interesante -más que nada por su procedencia; una revista masónica-: el de un panfleto publicado en el siglo XVIII por un masón inglés llamado Coustos, donde se quejaba por haber sido torturado por la Inquisición durante un viaje a Portugal. El redactor no sólo tiene el relato por exagerado sino que también advierte que había sido investigado en razón de un asunto de robo de alhajas (por tanto, no había sido torturado ni procesado por la Inquisición). «El favor del rey francmasón Jorge II de Inglaterra permitió a Coustos interesar al público inglés en sus pretendidas desgracias y el escándalo levantó gran ruido»
Empapado de esta tradición llorentezca ideará Dostoiewsky a su feroz inquisidor, el norteamericano Edgar Allan Poe su poema El Pozo y el Péndulo, Federico Garcia Lorca su La Casa de Bernarda Alba, Vicente Fidel López su Novia del Hereje, Umberto Eco su El Nombre de la Rosa y Marcos Aguinis su Gesta del Marrano por mencionar algunos de los más notorios. A su vez, por efecto multiplicador, se irán publicando más y más obras de mismo tinte, algunas de las cuales se convertirán prontamente en best-sellers,.
Sin perjuicio de abundar demasiado en este tópico, algo más se debe decir sobre la ficción como instrumento de propaganda. La insistencia en este tema tan particular, que a algunos podrá resultar molesta, irrelevante o incluso alejada de la temática propuesta, se justifica sobradamente si se entiende que la imagen equivocada que durante algunos siglos ha perdurado sobre la Inquisición no corresponde a la realidad o a la evidencia científica, No se descubre nada nuevo advirtiendo que las leyendas negras deben más éxito a las ficciones literarias que a los malos libros de historia. La literatura, más asequible y dinámica, logra penetrar en el pueblo llano, donde no llegan, generalmente, ensayos como los de Llorente, Amador de los Rios o Lea, que no despiertan interés más que en ciertos círculos intelectuales adversos a Roma La novela de ficción bien tratada, atrae magnéticamente la atención del lector común, que encuentra en ella suspenso, misterio, adrenalina, personajes extraordinarios y «falsedades emocionantes», tejidas y entremezcladas con precisión de orfebre, ensambladas simétrica y discretamente, con porciones verdaderas y falsas de la historia, aun con la pretensión de cierto cientificismo. A tal punto logrado, que el lector termina por creer íntimamente que ha leído no una simple historia, sino verdadera Historia, aunque novelada.Se le impone de esta forma, por medio de la novela de ficción, un conocimiento sesgado, ideológico, dirigido, a menudo sin que siquiera se percate
Si la intención de estos novelistas fuera la de la difamación, se puede decir que la efectividad de esta metodología es casi perfecta, pues no ofrece demasiados flancos descubiertos. Permite tanto al autor como a la obra emerger siempre airosos ante cualquier acusación u observación que se les hiciera. Si
el historiador de oficio les criticara sus inexactitudes históricas, ellos siempre podrán argüir que se trata tan sólo de una novela de ficción. Si el fiel de determinada religión les criticara cierta animosidad o ensañamiento contra su fe, le responderán lo mismo que a aquellos moralistas que les achacaran incurrir en la apología al delito o la perversión: «Es una novela», En resumidas cuentas, pareciera que todo es válido so pretexto de la ficción y libertad literaria. Su impunidad no conoce límites
El problema, en rigor, no es tanto la mentira o el error en sí, en tanto se detecte; lo cual, en verdad, no sucede muy a menudo. Indudablemente, quien descubra y denuncie el embuste llevará sin dudas la peor parte, tanto más si su razón fuera mayor. A lo menos será tildado de intolerante y retrógrado, terminando por aterrizar en el ostracismo más impopular (que para el escritor resulta poco menos que el infierno). Por esto mismo, no son muchos los dispuestos a «echar por la borda» Su prestigio, merecido no, denunciando este tipo de atropellos culturales y sus naturales consecuencias sociológicas. El objetivo primordial de quienes así proceden es infundir en el lector un profundo sentimiento de animadversión hacia la Iglesia, y al católico, vergüenza y rechazo. Pero hay un también un objetivo mínimo y básico, que siempre es el mismo: sembrar confusión e inquietud sobre aquellos asuntos en los que no debiera haber ninguna duda ni discusión
Un claro ejemplo de la influencia y el efecto que este tipo de obras pueden suscitar en las sociedades es sin dudas el conocido best-seller El Código Da Vinci, de Dan Brown. Sobre éste, la Foundation for a Christian Civilization, en un conocido opúsculo donde lo refuta sintéticamente, advierte lo que veníamos diciendo: «Personas que nunca hojearían un libro de instrucción religiosa, con frecuencia sí están más que dispuestas a leer una novela en la cual, en medio de suspenso, la aventura y el misterio, un novelista propaga los principios y la historia de una religión. Atrapados por la excitación de la trama, tales lectores asimilan fácilmente, al menos, partes del mensaje religioso del libro [.. El Código Da Vinci es precisamente uno de esos libros [.. Su mensaje es gnóstico y anticatólico». Observan sus autores cómo la ficción ha servido de arma contra el cristianismo durante mucho tiempo, advirtiendo (especialmente a los católicos): «Que El Código Da Vinci sea presentado como una ficción no disminuye la gravedad de : SUS afirmaciones y falsedades blasfemas contra la Iglesia Católica»
Consultar ensayo de Pérez Villanueva/ Escandal Bonet, Historia de la Inquisición en España y América, T. I.
Cecil Roth, La Inquisición española., Martínez Roca, Madrid, 1989, p.21. El reconocido académico norteamericano Edward Peters (Inquisition, University of California Press, Berkeley, 1989) se refiere a la Inquisición como «invento de los protestantes». Dice: «Todos eran mártires para los protestantes, hasta los criminales más alevosos»,
*Recuerda, entre otros, el historiador español Antonio Sánchez Martínez, que fue justamente Bartolomé de las Casas uno de los primeros que maltrató a los indios, y años más tarde, ya como sacerdote arrepentido, introdujo la Inquisición en América, en contra del parecer del emperador Carlos V. Señala incluso que fue De las Casas el inventor de la esclavitud moderna cuando, compadecido de la debilidad de los indios del Caribe, convenció al emperador de que sería conveniente traer negros de África, más resistentes, para sustit uir a los indios en las tareas más pesadas. Antonio Sánchez Martínez, ob. cit., p.13.
*Consultar ensayo de Pérez Villanueva ya citado (Historia de la Inquisición en España y América, T. I). Un conocido libelo (mas bien panfleto) de la época fue el de Luis de Páramo, en el siglo XVI, De origine et progressu Sanctae inquisitionis. El estudio recién citado de Pérez Villanueva y Escandall Bonet provee de una completísima lista de casi todos los libelos, folletos y panfletos anticatólicos y antiespafoles. Entre fines del siglo XVII y principios del XIX publicaría Juan Antonio Llorente – apostata y traidor a su patria- su Historia de la Inquisición española, escrita, en su mayor parte, gracias a los cuantiosos archivos que robó del tribunal cuando cumplia funciones como Secretario del Santo Oficio. Tiempo después, lejos de devolver la documentación, la venderá a cambio de un dineral al Museo Nacional de Francia (hecho debidamente documentado en HIEA). El mismo Llorente admitirá luego haber quemado gran parte de la documentación de la que dijo haberse servido para confeccionar sus voluminosos tomos -procurando deshacerse así de la documentación que no cuajaba a su tesis de un «tribunal sangriento» . Hay que mencionar también los notables prejuicios de las Cortes de Cádiz; a
quien refutará valientemente, mediante sus «cartas críticas», el padre Francisco Alvarado de 1824. Bastante tuvo que ver sin dudas un libelo publicado un año antes (1811) en la misma ciudad, de título La Inquisición sin Máscara, a la que podemos sumar el conocido panfleto Cornelio Barroquia, también publicado en tiempos de la invasión napoleónica en España. Durante la segunda mitad del siglo xIx encontramos libelos de menor importancia como la de Julio Melgares y su Procedimientos de la Inquisición. La línea detractora del siglo XIX estaría marcada principalmente por Llorente, seguida a principios del XX por Lea y Sabatini entre los más notorios. Algunas décadas después surgirán obras de mismo tinte, como aquellas de Thomas Hope y Cecil Roth. Entre los denominados apologistas encontramos en el siglo XIX las «cartas» del prestigioso Conde Joseph de Maistre. En esta línea reivindicatoria del tribunal debemos mencionar los profusos trabajos del Padre Fidel Fita, Jaime Balmes, Orti y Lara, De la Pinta Llorente y del santanderino Menéndez Pelayo con su eximia Historia de los Heterodoxos españoles. Alrededor de la primera mitad del siglo XX habían surgido ya grandes trabajos como los de Bernardino Llorca y Thomas Walsh, sin dejar de lado al dominico argentino Tomás Baruta. Sin dudas, una obra de gran valor, por su procedencia y ciencia, será la del prestigioso historiador Ernst Schaefer, de principios del siglo xx
Dice Henry Kamen: «Fray Bartolomé de las Casas suplicaba al Cardenal Cisneros en 1516 que mandara enviar a aquellas islas de Indias la Santa Inquisición. El propio Las Casas proclamo una Inquisición particular en su diócesis de Chiapas» (Ver La Inquisición española, Ed. Aguilar, Madrid, 2003)
Publicado en The speculative mason, 1934, p.293. Cit. en Alec Mellor, La Tortura, Editorial Sophos, Buenos Aires, 1960, p.99.
*Como «malos» nos referimos a aquellos libros, aun los medianamente documentados, escritos desde el prejuicio y la animadversión personal del autor. No podemos decir sin injusticia, que los trabajos de Lea, Llorente y Amador de los Rios sean meramente panfletarios. No está en duda la capacidad intelectual de estos hombres, no obstante resulta evidente en casi todo el desarrollo de estas obras la tendenciosidad e irresponsabilidad con que son tratadas cuestiones fundamentales. Un claro ejemplo de esto son las graves omisiones en las que incurren, citando, por ejemplo, fuera de contexto a sus fuentes, truncando documentos y eligiendo de la documentación sólo aquellos procesos que le son convenientes, ignorando todo el resto. Por eso decimos que son «malos libros», pues no basta a una obra, para ser considerada científica, la transcripción de ciertos documentos.
*Una maniobra muy común de quienes así proceden, es, por ejemplo, dotar al personaje central, «el bueno, valiente y popular», de ciertos vicios contranatura, haciéndolos ver como algo «bueno»
Información tomada de En Oposición al Codigo Da Vinci, realizada por The Foundation for a Christian Civilization Comitee on American Issues, The American Society for The Defense of Tradition, Family and Property (Pennsylvania, 2006). Editada en Argentina por la Fundación Argentina del Mañana, El Alba Editores, Buenos Aires, 2006, pp.7-14
Consecuencias similares trajeron las ficciones de Victor Hugo y Alejandro Dumas
