Hay quien objetará que ya existen excepciones y que la Iglesia latina ha ordenado sacerdotes a hombres casados que siguen viviendo more uxorio con sus esposas. Sí, se trata de excepciones en el sentido de que esos casos se deben a una situación particular que no debe repetirse. Eso es lo que sucede con los pastores protestantes casados que se ordenan al ser recibidos en plena comunión con la Iglesia. Las excepciones, por definición, son transitorias y constituyen un paréntesis dentro del estado normal y natural de las cosas. No es ese el caso de una región remota con escasez de sacerdotes. Su singularidad, no constituye un estado excepcional. Esta situación la comparten todos los países de misión, e incluso los países del Occidente secularizado. Una Iglesia naciente, por definición, sufre la escasez de sacerdotes. Esa fue la situación de la Iglesia primitiva que, como hemos visto, no renunció al principio de la continencia de su clero. La ordenación de hombres casados, aunque hayan sido hasta entonces diáconos permanentes, no es una excepción, sino una brecha, una herida infligida a la coherencia del sacerdocio. Hablar de excepción significaría un abuso del lenguaje o una falsedad
La falta de sacerdotes no puede justificar tal brecha, porque -lo repito no se trata de una situación excepcional. Es más: la ordenación de hombres casados en las comunidades cristianas jóvenes impediría suscitar en ellas vocaciones de sacerdotes célibes. La excepción se convertiría en un estado permanente perjudicial para una noción correcta del sacerdocio. Por otra parte, afirmar que la ordenación de hombres casados solucionaría la penuria de sacerdotes no es más que una ilusión. Así lo senalaba ya san Pablo VI: <No se puede asentir fácilmente a la idea de que con la abolición del celibato eclesiástico crecerían, por el mero hecho y de modo considerable, las vocaciones sagradas: la experiencia contemporánea de la Iglesia y de las comunidades eclesiales que permiten el matrimonio a sus ministros parece testificar lo contrario>. El número de sacerdotes no aumentaría de forma notable. Lo que sí quedaría indefinidamente enturbiada es la auténtica noción del sacerdocio Con miras a la ordenación de hombres casados, algunos teólogos se han planteado incluso una adaptación del sacerdocio que lo reduciria a la mera administración de sacramentos. La propuesta que pretende separar los tria munera (santificar, enseñar, gobernar) está en total contradicción con la enseñanza del Concilio Vaticano II, que afirma su unidad sustancial ( Presbyterorum Ordinis, 4-6). Este proyecto teológicamente absurdo evidencia una concepción funcionalista del sacerdocio. Junto con Benedicto XVI, nos preguntamos cómo vamos a poder esperar vocaciones si adoptamos esta perspectiva. Y qué decir de la propuesta de yuxtaponer un clero casado y un clero célibe?: Se corre el peligro de que se instale entre los fieles la idea de un alto clero y un bajo clero
PABLO VI, Encíclica Sacerdotalis Caelibatus, 24 de junio de 1967, ne 49
FRITZ LOBINGER, Qui ordenner? Vers une nouvlle figure de prêtres IiA quiến ordenar? Hacia una nueva figura sacerdotal), Lumen Vitae, 2009
*En 1873, el obispo de Bérgamo, Mons. Pierluigi Speranza, quiso pasar de una pastoral de la visita a una pastoral de la presencia en los caserios y aldeas de montaña, y decidió dotarlos a todos de un sacerdote residente extraido de la comunidad local. En quince años fueron ordenados ciento cincuenta hombres maduros, viudos o solteros, después de proporcionarles una formación rudimentaria en un seminario específico. En 1888 la experiencia quedó interrumpida, ya que el pueblo cristiano sentia un profundo desprecio hacia esos sacerdotes que, en su mayoría, no confesaban nunca.
