Adoro, aunque te pese, galileo, el pan que muerden tus rabiosos dientes;
adoro al que, en mortaja de accidentes vivo en la muerte que le diste veo.
Adoro a Cristo y sus preceptos creo, aunque de enojo y cólera revientes;
espérenle, si quieren, tus parientes, que yo en el sacramento lo poseo.
Mas ya que en muerte ignominiosa y fiera, tus padres le abrieron el camino,
no le persigas en el pan siquiera; pues tu boca, a lo que yo imagino.
no le tomaras nunca si él hubiera, no quedándose en pan, sino en tocino
FRANCISCO DE QUEVEDO y VILLEGAs, De Quevedo a un clérigo> en Obras completas, Planeta, Barcelona 1968, 618
