El celibato eucarístico



La demanda de ordenar hombres casados revela un profundo desconocimiento del vínculo ontológico entre el celibato y el sacerdocio. Los medios universitarios occidentales a veces han difundido una noción puramente legal y disciplinaria del celibato. Se ha llegado a afirmar que el celibato es propio de la vida religiosa y que debe restringirse a ella. San Juan Pablo II, sin embargo, subrayó que <es particularmente importante que el sacerdote comprenda la motivación teológica de la ley eclesiástica sobre el celibato>

Querría abordar ahora este principio teológico para extraer de él algunas consecuencias pastorales. El significado nupcial del celibato que hemos tratado antes debe ser precisado más aún. De hecho, el celibato sacerdotal nace de una nupcialidad eucarística necesaria. Así lo sugería san Pablo VI en 1967: <Apresado por Cristo Jesús (Flp 3, 12) hasta el abandono total de sí mismo en él, el sacerdote se configura más perfetamente a Cristo también en el amor con que el eterno sacerdote ha amado a su cuerpo, la Iglesia, ofreciéndose a sí mismo todo por ella, para hacer de ella una esposa gloriosa, santa e inmaculada (cfr. Ef 5, 26-27). Efectivamente, la virginidad consagrada de los sagrados ministros manifiesta el amor virginal de Cristo a su Iglesia y la virginal y sobrenatural fecundidad de esta unión>. Cristo se ha ofrecido en el altar de la Cruz. Cada día, el sacerdote renueva esa oblación pronunciando las palabras: <Esto es mi cuerpo entregado por vosotros>. Para él esas palabras adquieren el sentido de una incorporación a la ofrenda virginal de Cristo. Cada vez que un sacerdote dice <esto es mi cuerpo>, ofrece su cuerpo sexuado en continuidad con el sacrificio de la Cruz,

En la homilía pronunciada el 28 de septiembre de 2019 con motivo de mis bodas de oro sacerdotales, yo mismo recordaba: <Un sacerdote es un hombre que ocupa el lugar de Dios, un hombre revestido de todos los poderes de Cristo, ¡Este es el poder del sacerdote!: su lengua, de un pedazo de pan, hace un Dios>. No obstante, ese milagro no se producirá si no aceptamos ser crucificados con Cristo. Todos hemos de decir con san Pablo: <Con Cristo estoy crucificado: vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí (cfr. Ga 2, 19-20). Solo a través de la Cruz, tras un prodigioso descenso a los abismos de la humillación, concede el Hijo de Dios a los sacerdotes el poder divino de la Eucaristía. El dinamismo íntimo del sacerdote, el pilar sobre el que se construye su existencia sacerdotal, es la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, como afirmaba san Josemaría, cuyo lema era: In laetitia nulla dies sine cruce: <con alegría, ningún día sin Cruz>. La alegría del sacerdote se vive plenamente en la santa misa, que es la razón de su existencia y da sentido a su vida. En el altar el sacerdote no se separa de la hostia. Jesús le mira y él mira a Jesús. :Somos conscientes de lo que significa tener ante nuestros ojos a Cristo realmente presente? En cada misa el sacerdote se encuentra cara a cara con Jesús; se identifica, se configura con Jesús. No se convierte solamente en alter Christus, en otro Cristo: es realmente ipse Christus, el mismo Cristo. Está investido de la persona del mismo Cristo, configurado por una identificación específica y sacramental con el Sumo Sacerdote de la Alianza eterna (cfr. Ecclesia de Eucharistia, n° 26). <Todos los sacerdotes, decía san Josemaría Escrivá, seamos pecadores o sean santos, cuando celebramos la Santa Misa no somos nosotros. Somos Cristo, que renueva en el altar su divino Sacrificio del Calvario>. En efecto, en el altar no soy yo quien preside la misa que nos congrega. Es Jesús quien la preside en mí. Por indigno que yo sea, Jesús está realmente presente en la persona del celebrante. YO SOY Cristo. ¡Qué afirmación tan aterradora! iQué extraordinaria responsabilidad! En SU nombre y en SU lugar estoy ante el altar (Lumen gentium 28). In persona Christi consagro el pan y el vino después de haberle entregado mi cuerpo, mi voz, mi pobre corazón tantas veces manchado por mis muchos pecados. La víspera de cada celebración eucarística, si nos mantenemos filialmente acurrucados en los brazos de la Virgen, ella nos prepara para que entreguemos nuestro cuerpo y nuestra alma a Jesucristo y se obre el milagro de la Eucaristia, La Cruz, la Eucaristía y la Virgen María configuran, estructuran, alimentan y consolidan nuestra vida cristiana y sacerdotal. Entended por qué cualquier cristiano y, particularmente, el sacerdote deben edificar su vida interior sobre estas realidades: Crux, Hostia y Virgo. La Cruz nos hace nacer a la vida divina. Sin Eucaristía no podemos vivir. La Virgen, como las madres, vigila atentamente nuestro crecimiento espiritual. Nos educa para crecer en la fe. Jesús nos revela el secreto de esa nutrición espiritual en la que su propia carne se convierte en nuestro alimento. Podemos vivir de su carne, en una extraordinaria intimidad con Él. El sacerdote es realmente el amigo de Jesús. Se ofrece a Dios. Se ofrece a toda la Iglesia y a cada uno de los fieles a quienes es enviado. El sacerdote aprende en la Eucaristia la lógica de su celibato. <Actuando en la persona de Cristo, el sacerdote se une más íntimamente a la ofrenda, poniendo sobre el altar su vida entera, que lleva las señales del holocausto>. En el sacrificio eucarístico aprende lo que significa la entrega total de uno mismo.
El celibato sacerdotal nace de la Eucaristía. Confiere a toda la vida del sacerdote un significado sacrificial: <De la Eucaristía recibe la gracia y la responsabilidad de impregnar de manera «sacrificial» toda su existencia>. El vínculo entre la continencia y la celebración eucarística percibido desde siempre por el sensus fidei de los fieles, tanto en Occidente como en Oriente, no tiene nada que ver con un tabú ritual en torno a la sexualidad: es una honda percepción de la <forma eucarística de la existencia cristiana>

El celibato se presenta como la puerta de entrada sacerdotal a esa forma eucarística. Nadie puede ser fiel al celibato sin la celebración diaria de la misa, En la Eucaristía el sacerdote recibe el celibato como un don. El vínculo entre la celebración eucarística y el celibato puede resumirse con unas palabras del cardenal Marc Ouellet: el celibato equivale a la oblación eucarística del Señor que, por amor, ha entregado su cuerpo una vez por todas, hasta el extremo de la distribución sacramental, y exige a quien ha sido llamado una respuesta del mismo orden, es decir, total, irrevocable e incondicional>. Si Cristo se entrega como alimento, también el hombre ha de ser <un hombre crucificado y un hombre devorado>, como decia el beato Antonio Chevrier. El celibato es el signo y la concreción de ello. Estoy profundamente convencido de que el pueblo cristiano <reconoce> a sus sacerdotes gracias a ese signo. Con el instinto de la fe, los fieles de cualquier cultura reconocen con toda certeza en el sacerdote a Cristo que se ofrece por todos

JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, no 29

L. Touze, < Theólogie du célibat sacerdotal>, en Nova et Vetera, XCIV, 2019/2, pp. 138-141

PABLO VI, Encíclica Sacerdotalis Caelibatus, 24 de junio de 1967, no 26

SAN JUAN MARÍA VIANNEY, citado en Bernard Naudet, Jean-Marie Vianney, curé d’Ars. Sa pensée, son coeur, Cerf, 2007

SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, <Sacerdote para la eternidad>, en Amar a la Iglesia, Madrid, Palabra, 2004

BENEDICTO XVI. Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, ne 80. <Además de la relación con el celibato sacerdotal, el Misterio eucarístico manifiesta una relación intrínseca con la virginidad consagrada, ya que es expresión de la con sagración exclusiva de la Iglesia a Cristo, que ella con fidelidad radical y fecunda acoge como a su Esposo. La virginidad consagrada encuentra en la Eucaristía inspiración y alimento para su entrega total a Cristo. Además, en la Eucaristía obtiene consuelo e impulso para ser, también en nuestro tiempo, signo del amor gratuito y fecundo de Dios a la humanidad I…]. En este sentido, es una llamada eficaz al horizonte escatológico que todo hombre necesita para poder orientar sus propias opciones y decisiones de vidas> (Sacramentum Carita- tis, ne 81)

MARC OUELLET, Celibato e legame nuziale di Cristo alla Chiesa, LEV, 201 6, p. 50.

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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