Debes tener ciertamente presente a las almas, de las que eres pastor, pero sin olvidarte de ti mismo. Comprended hermanos, que nada es tan necesario a los eclesiásticos como la meditación que precede, acompaña y sigue todas nuestras acciones: Cantaré, dice el profeta, y meditaré (cfr. Sal 100, 1). Si administras los sacramentos, hermano, medita lo que haces. Si celebras la Misa, medita lo que ofreces. Si recitas los salmos en el coro, medita a quién y de qué Cosa hablas. Si guías a las almas medita con qué sangre han sido lavadas>. San Juan Pablo II comenta así los valiosos consejos de Carlos Borromeo a los sacerdotes: <En concreto, la vida de oración debe ser «renovada» constantemente en el sacerdote. En efecto, la experiencia enseña que en la oración no se vive de rentas; cada día es preciso no solo reconquistar la fidelidad exterior a los momentos de oración, sobre todo los destinados a la celebración de la Liturgia de las Horas y los dejados a la libertad personal y no sometidos a tiempos fijos o a horarios del servicio litúrgico, sino que también se necesita, y de modo especial, reanimar la búsqueda continuada de un verdadero encuentro personal con Jesús, de un coloquio confiado con el Padre, de una profunda experiencia del Espíritu. Lo que el apóstol Pablo dice de los creyentes que deben llegar «al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef4, 13), se puede aplicar de manera especial a los sacerdotes, llamados a la perfección de la caridad y por tanto a la santidad, porque su mismo ministe- rio pastoral exige que sean modelos vivientes para todos los fieles>
SAN CARLOS BORROMEO, Acta Ecclesiae Medionalensis, Milán (1559), p. 1178, en la exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, no 72
