Derrotar a la muerte implica detener y/o revertir el proceso natural de envejecimiento. :Por qué, se preguntan los transhumanistas, debemos estar condenados a un desenlace que no pedimos ni merecemos? La primera teoría moderna del envejecimiento fue planteada en 1951 por el biólogo brasileño-británico Peter Medawar (1915-1987) quien también descubrió el mecanismo de inmunotolerancia. Gracias a este último aporte, Medawar fue premiado con el Nobel de Medicina en 1960 al facilitar los trasplantes de órganos. En su Teoría de la acumulación de mutaciones’, Medawar remplaza la palabra ‘envejecimiento’ por el concepto de senescencia para explicar que el declive gradual de nuestras capacidades fisicas se debe a daños genéticos acumulados. A medida que envejecemos, las fuerzas de la selección natural disminuyen y con ello nuestra capacidad para eliminar mutaciones dañinas. Estas mutaciones se van acumulando y su posibilidad de transmisión a futuras generaciones se limita mediante la competencia reproductiva con individuos más jóvenes.
Los procesos de envejecimiento muerte también han sido tratados ampliamente desde la antropología biológica y cultural. Sucede que el ser humano es la única especie consciente de su propia existencia y fin. En ‘La negación de la muerte’ (1973) – obra que le hizo acreedor del Premio Pulitzer el antropólogo estadounidense Ernest Becker (1924-1974) argumentó que el ser humano existe entre dos mundos, uno de objetos fisicos y otro de símbolos.
Para mitigar el trauma de la muerte y trascender su ocurrencia, los seres humanos recurrimos al mundo simbólico. Es durante este largo proceso de mitigación que intentamos dar sentido y buscar propósito a nuestras vidas. De esta manera intentamos justificar nuestra muerte para aceptarla. Polvo somos y en polvo nos convertiremos.
