La ciencia, en el mundo moderno, tiene muchos usos, aunque el principal de ellos, con todo, es el de generar palabras muy largas y disimular los errores de los ricos. El término <cleptomanía> es un vulgar ejemplo de ello.
Y está a la altura de la curiosa teoría que siempre se avent ura cuando una persona rica o importante se halla en la mira, y que consiste en decir que la divulgación de su falta siempre es más castigo para los ricos que para los pobres. Lo cierto, por supuesto, es precisamente lo contrario. La divulgación de una falta es más castigo para un pobre que para un rico. Cuanto más rico es un hombre, más fácil le resulta ser un pillo. Cuanto más rico es un hombre, más fácil le resulta ser popular y gozar del respeto general en las <Islas Caníbales>. Pero cuanto más pobre es un hombre, más probable es que deba presentar su vida pasada cada vez que quiera pasar la noche en algún establecimiento. El honor es un lujo para los aristócratas, pero una necesidad para los porteros. Este es un asunto secundario, pero constituye un ejemplo de la proposición general que planteo, una proposición según la cual una enorme cantidad de ingenio moderno se consume en defender la conducta indefendible de los poderosos. Como acabo de anticipar, estas defensas suelen mostrarse de manera más enfática cuando apelan, en sus formas, a la ciencia física. Y de todas las formas en que la ciencia, o la seudociencia, han acudido al rescate de los ricos y los estúpidos, no hay ninguna otra tan singular como la singular invención de la teoría de las razas.
HEREJES. G.K. Chesterton
