La Revolución Francesa de 1789 no fue solamente antimonárquica, sino también anticatólica. Detestando toda jerarquía y toda autoridad en la esfera temporal, la Revolución no podía tolerarla en el ámbito religioso. Nada ilustra mejor este doble odio que el grito del líder jacobino Hébert:
«La paz no reinará en Francia hasta que el último aristócrata no haya sido ahorcado con las tripas del. ulimo cura!»
La persecución a la Iglesia fue ‘brutal. Doce mil sacerdotes fueron asesinados, mientras treinta mil debieron tomar el camino del exilio. Comenta el historiador Adrien Dansette: «En la historia religiosa de Francia, no hay ningún precedente de una demolición tan brutal cuanto completa».
Si a la mayor parte de los católicos franceses podía imputarse tal vez una falta de ánimo en reaccionar, pero no por cierto simpatías revolucionarias, una consistente minoría adhería en cambio a las nuevas ideas, incluso con entusiasmo. Esta minoría constituyó la autodenominada Iglesia Constitucional, punto de partida del catolicismo liberal. En un sermón pronunciado en Paris en
1791, Mons. Claude Fauchet, obispo constitucional de Calvados, exponía la idea fundamental de esta corriente:
«Nosotros adoramos a Dios como autor soberano de la Revolución que nos libera»
Adrien DANSETTE, Histoire religieuse de la France contemporaine.De la Révolution à la Troisieme République, Flammarion, Paris 1948, p. 75
Claude FAUCHET, Sermon sur V’accord de la réligion et de la liberté, Paris, 14 febrero 1791, in MIGNE, Collection intégrale et universelle des orateurs sacres, Paris 1855, vol. 66, col. 159-174
