Imagina que estás de pie a la orilla de un río. El agua pasa frente a ti sin detenerse, llevándose todo lo que arrastra: hojas, ramas, reflejos del cielo. No puedes detenerla, ni devolver una gota a su lugar anterior.
Así es el tiempo: una corriente que fluye sin pausa, arrastrando cada instante hacia el pasado y empujando tu existencia hacia adelante, sin promesa de retorno. Cada segundo que intentamos aferrar como «presente’ ya ha escapado. En realidad, no vivimos el presente, sino su estela, como si siempre estuviéramos llegando tarde al momento exacto en que ocurre. Y al mismo tiempo, nos anticipamos constantemente: pensamos lo que vamos a decir, planificamos lo que vamos a hacer, caminamos hacia lo que aún no ha sucedido. En este sentido, podríamos decir que nuestra
conciencia se adelanta a nuestro cuerpo, como si viviéramos suspendidos entre lo que ya fue y lo que aún no es.
De allí nace una idea provocadora: ày si en realidad habitamos el futuro? No un futuro lejano, sino el próximo instante. Cada palabra que pronunciamos está en camino antes de salir de nuestros labios. Cada paso es la realización de una intención proyectada. Construimos el futuro con cada decisión, como artesanos que cincelan una escultura sin molde previo.
Pero entonces surge una pregunta inquietante: itenemos control sobre ese flujo o simplemente somos arrastrados por él? Algunos filósofos, como el estoico Marco Aurelio, veían el tiempo como algo que
debe ser aceptado con serenidad, pues el destino está escrito en una razón cósmica inmutable, Otros, como Kierkegaard o Sartre, sostuvieron lo contrario: el ser humano es libre, está condenado a elegir, y cada decisión reescribe su futurol
Marco Aurelio, Meditaciones, LibroIV,$36
Søren Kierkegaard, La enfermedad mortal (1849), especialmente en la idea de la angustia como resultado de la libertad.
Jean-PaulSartre, El ser y la nada (1943), en particular su tesis sobre que el hombre está
«condenado a ser libre» (ParteIV,Cap.I)
