La ciencia también ha aportado su visión. Desde Einstein sabemos que el tiempo no es absoluto, sino relativo. El tiempo de quien se mueve rápido no es igual al tiempo del que está quieto. En el universo, el
tiempo no es una línea rígida, sino una dimensión flexible, curvada por la masa y la energía. Pero para nosotros, en la vida cotidiana, sigue teniendo la forma de un río: lo vivimos como algo que avanza, y nos cuesta pensar que pueda detenerse.
Así que, ¿qué somos nosotros en esta corriente? ¿Náufragos, navegantes o constructores del cauce?
Podemos resignarnos a flotar o decidir remar. Porque, aunque no podamos controlar el curso total del río, sí podemos influir en la dirección de nuestra pequeña barca. Nuestras decisiones no detienen el
tiempo, pero sí dan sentido al modo en que lo atravesamos. En ese sentido, el tiempo no es solo un flujo: es una misión. Una carrera en la que cada paso cuenta. Un viaje que, si se hace con fe, apunta a una meta que no cambia: la eternidad.
Contra el Tiempo: La Batalla por la Eternidad. Toro, William
