El Renacimiento y sus Papas
Cuando se habla de <Re-nacimiento> la simplificación impuesta por la progresia imperante nos relata que aquel período culural y político estuvo volcado al <vivir humanamente>, es decir, renaciendo de las tinieblas del <oscurantismo medieval>; para ello era necesario volver a cultura clásica, último período histórico donde el hombre habría vivido realmente como tal. El pensamiento único que nos domina, tanto en las universidades como en los medios de incomunicación, pasa por alto no sólo el pre-renacimiento carolingio y medieval (quién sino los <medievales> custodiaron el patrimonio literario de la antigüedad hasta el <Renacimiento>?) sino también aquel verdaderamente católico de un Dante, de un Beato Angélico, o de un Giotto, entre otros.
A lo que se hace referencia, ensalzándolo, es al período que comienza en el siglo XV principalmente; ese renacimiento pagano que con sus más y sus menos, reivindicaba los siglos pretéritos en desmedro de los cristianos. Pero todo esto no surgió en la nebulosa, sino en un ambiente incluso propicio que lo favoreció: el descubrimiento del del nuevo mundo, la invención de la imprenta, el uso de la pólvora, el telescopio, etc., todo, sumado a una filosofífa y una teologia que miraba cada vez más a la inmanencia antes que a la trascendencia, hacía que el ambiente occidental, comenzando por Italia, se volviera cada vez más hacia el hombre. Ello coincidió también en el <redescubrimiento de la lengua griega clásica, principalmente por influjo de los bizantinos, que, sobre todo a raiz de la caida de Constantinopla en manos de los turco se habian trasladado a Italia y allí hacían escuela>. El estudio
de lo mejor de la literatura greco-latina, nunca despreciada por la Iglesia pero sí depurada de sus errores, ahora se convertía en modelo permanente de la gente culta pero <al convertirse la antiguedad clásica no sólo en modelo cultural sino también en ideal de vida, el escepticismo comenzó a invadirlos». De humanismo se pasó a mundanización y de allí a ejemplos poco edificantes en todos los ámbitos, incluido el eclesial, donde incluso numerosos dignatarios se dejaron contagiar por ese espíritu. Inicialmente los Papas comenzaron por mostrarse indulgentes con los «humanistas»; amigos del esplendor y la liberalidad, poco a poco fueron convirtiéndose en mecenas de las artes y las letras, lo que condujo a que, no pocas veces, se produjera cierta mezcla de lo sagrado con lo mundano, no sólo en la literatura, sino también en la misma cosmovisión política: el Papa era un príncipe del Renacimiento. Tal fue el caso, por ejemplo, de Sixto IV (1471-1484) con quien, según García Villoslada, comenzó «“el triunfo de la mundanidad en Roma”, la preocupación del dinero más que de Dios, de los placeres más que de los bienes eternos. Se ha dicho que con Sixto IV, hombre mundano por cierto, en la figura del Papa empezó a menguar el sacerdote y a prevalecer el príncipe». Dentro de este ambiente es donde debemos situar a Alejandro VI, el Papa Borgia, quien no será una excepción a la regla de la Roma Renacentista
Alfredo Sáenz, La nave y las tempestades. El Renacimiento y el peligro de la mundanización de la Iglesia, Gladius, Buenos Aires 2004, 86
