El «Yo Soy» como eterno presente



En el corazón de la revelación judeocristiana hay una afrmación desconcertante que ha fascinado a teólogos, filósofos y místicos por siglos. Cuando Moisés pregunta a Dios su nombre en la zarza ardiente, la respuesta no es una palabra común, sino una expresión profundamente misteriosa: «Yo soy el que soy» (Éx 3,14). Esta fórmula, lejos de ser una evasiva, es una proclamación ontológica: Dios no se define por el pasado ni por el futuro, sino por el ser mismo.

Aquí no hay un «fui» ni un «seré», sino un Yo Soy, eterno, absoluto, sin sombra de cambio. En otras palabras, Dios no existe dentro del tiempo como nosotros, sino que es fuera de él. Su ser no transcurre: simplemente es. Esta revelación no solo tiene implicaciones teológicas, sino también existenciales. Nos confronta con la realidad de que todo lo creado vive en el flujo, mientras que Dios permanece inmutable, como roca firme en medio de la corriente.

La teología cristiana, particularmente desde la tradición tomista, ha profundizado en esta idea. Santo Tomás de Aquino define a Dios como el actus essendi purus, es decir, el acto puro de ser. Mientras las criaturas poseen el ser, Dios es el Ser. Su esencia y su existencia no están separadas; Él es su propia existencia. Por eso, Su eternidad no es una sucesión interminable de instantes, sino la posesión total y simultánea de la plenitud de la vidal. No espera, no envejece, no cambia.

Para Él, todo es un eterno presente. Esta concepción nos ofrece una poderosa luz para entender nuestra propia relación con el tiempo. Si Dios es eterno y está fuera del tiempo, pero ha entrado en nuestra historia como en la Encarnación del Verbo- entonces el tiempo mismo ha sido tocado por la eternidad. Lo efímero puede, por gracia, participar de lo eterno. Pero aquí surge una de las preguntas más profundas, especialmente para quien se acerca por primera vez a la fe cristiana: cómo puede el
Dios eterno, fuera del tiempo, entrar en el tiempo sin dejar de ser eterno? Y cómo puede ser Padre, Hijo y Espíritu Santo sin que estemos hablando de «tres dioses»?

La respuesta está en uno de los misterios más centrales del cristianismo: la Trinidad y la Encarnación

Tomás de Aquino, Suma Teológica, 1, 9:3, a.4 y De Ente et Essentia, cap. 4.

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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