El despotismo, bajo su nueva forma, podía vestirse con los ropajes del pueblo y proceder en nombre de la razón, la igualdad, la libertad y la virtud. El hombre del momento es Robespierre, <Luis debe morir,
porque es preciso que la patria viva>, exclama en el debate que se impulsa en la Convención en torno al proceso del rey. Robespierre argumenta que no hay proceso alguno que incoar: el rey debe ser
muerto cuanto antes, bajo la lógica del derecho de guerra, porque la ley común solo protege al pueblo, y el rey no pertenece a él. <Los pueblos no juzgan como las cortes judiciales. No pronuncian sentencias, sino que lanzan el rayo>, y esta justicia es absolutamente válida, porque los principios de justicia descansan necesariamente en el pueblo. <iPero el pueblo! :Qué otra ley puede seguir sino la justicia y la razón apoyadas en su omnipotencia?>, pregunta retóricamente Robespierre.
Discurso del 3 de diciembre de 1792, reproducido en Maximilien Robespierre, Por la felicidad y por la libertad. Discursos (Barcelona: El viejo topo, s.f.), p. 174.
