¿Qué ocurre en el instante de la muerte?



El instante de la muerte es, desde la fe cristiana, el momento decisivo por excelencia. Más allá del cese de las funciones vitales, lo que acontece en ese instante es una realidad espiritual de máxima importancia: el alma se separa del cuerpo y comparece, de manera personal e intransferible, ante Dios.

El Catecismo de la Iglesia Católica lo enseña con claridad: «La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina [..] Inmediatamente después,
el alma recibe su retribución eterna en un juicio particular»1391, Este juicio particular no es un tribunal en el sentido humano del término, donde se discute con testigos y se alega con abogados. Es una
experiencia directa de la verdad. Santo Tomás de Aquino explica que, al separarse del cuerpo, el alma tiene una comprensión súbita e iluminada de toda su vida, como si se viera en un espejo limpio por primera vez

A esta experiencia mística se ha referido también la literatura espiritual cuando habla de una especie de «visión panorámica» de la vida: un instante en el que todo lo vivido aparece con nitidez -acciones,
omisiones, internciones no como un recuerdo parcial, sino como una comprensión integral bajo la luz de la verdad divina,

Ese momento no se rige por el tiempo cronológico. No puede medirse en segundos. Se trata más bien de un instante espiritual absoluto, en el que la libertad ya no decide, sino que reconoce. Es allí donde el
alma, según el estado interior en el que se encuentre, acoge o rechaza el amor de Dios, no como si pudiera cambiar de opinión, sino como quien ya ha decidido, y ahora solo contempla las consecuencias.

Este juicio, en su misterio, no contradice la misericordia de Dios; más bien la confirma. Porque nadie será condenado por un error involuntario, sino por una negativa libre y consciente al amor que se le ofreció

Y nadie será salvado sin querer, sino por haber respondido -aunque haya sido en el último aliento- al llamado de la gracia.

En ese instante, no se gana ni se pierde lo que no se ha cultivado. Por eso, los santos insisten en vivir cada día como si fuera el último. No por miedo, sino por sabiduría. Porque la eternidad no se improvisa: se gesta en el corazón de cada momento vivido con sentido.

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1021
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Suplemento, q.69, a.2.

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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