¿Destino escrito o camino abierto?
Uno de los dilemas más antiguos y profundos del pensamiento humano es la tensión entre el destino y la libertad. ¿Está todo escrito, o escribimos nuestra historia al andar? Desde la tragedia griega hasta los debates contemporáneos sobre el libre albedrío, esta pregunta ha provocado incontables reflexiones… y decisiones.
Hablemos con claridad: aunque usamos el término «destino» en el título de este apartado, no debemos entenderlo en el sentido determinista que muchas corrientes culturales o religiosas han defendido. La noción de un destino fijo e ineludible, ajeno a nuestra voluntad, es contraria tanto a la antropología cristiana como a la experiencia humana más íntima. La idea fatalista de que todo está escrito y que el ser humano solo puede resignarse ante su «suerte» ha sido sostenida por visiones como el estoicismo, ciertos sistemas esotéricos o el karma en algunas religiones orientales. Pero estas cosmovisiones, aunque puedan tener elemnentos de sabiduría, anulan en buena parte la libertad personal, que es precisamente el don más sagrado que hemos recibido. Desde una perspectiva apologética, esta es una gran diferencia con el cristianismo. El cristianismo no enseña que el futuro esté trazado de manera inalterable, sino que el hombre ha sido creado libre-a imagen y semejanza de Dios-para elegir el bien o el mal, la vida o la muerte.
Como afirma la Escritura: «Mira, hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal»
(Deuteronomio 30,15). «Escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia» (Dt 30,19). Aquí no hay rastro de un destino ciego. Hay una propuesta amorosa y una invitación a responder con libertad. El Catecismo de la Iglesia Católica lo explica con claridad: “Dios es soberano del mundo y de la historia. Pero el modo de su acción soberana es siempre respetuoso con la libertad de su criatura» (CIC 302). Sí, Dios es omnisciente y conoce todos los posibles caminos, pero no los impone. Como un Padre amoroso, propone, inspira, corrige… pero nunca obliga. Nos da el tiempo como escenario de decisiones. Cada elección, por pequeña que parezca, es un acto creativo en nuestra historia. Este drama de la libertad es parte de la grandeza del tiempo. No estamos condenados a repetir un guion inquebrantable, sino invitados a escribir una nueva historia con cada acto de amor, de fe y de entrega.
El tiempo no es un muro que nos encierra, sino una puerta que se abre hacia la eternidad.
