Víctimas de la Revolución francesa



Ahora bien, el Terror genera efectos desmovilizadores no buscados. La violencia desenfrenada produce un estado apasionado de movilización política que muy pronto se troca en temor generalizado. Cuando la revolución empieza a comerse a sus hijos, lo mejor para uno es desvincularse cuanto antes del espacio público y desentenderse de la disputa política. Robespierre se enfrenta entonces a su peor enemigo: la apatía del pueblo. «Lo que temo no es una contrarrevolución, [. . .] es la pérdida del espíritu público», Lo que distingue al viejo despotismo del nuevo, entre otras cosas, es que este último no se conforma con la obediencia que produce el autoritarismo, sino que quiere la adhesión fanática que exige la ideologia (o sea, lo que siglo y medio más tarde recibiría el nombre de totalitarismo). Ya Rousseau había previsto el inconveniente de una política que no suscite fervor popular. Y, para grabar a fuego en el corazón del hombre el proyecto político estatal, no se le ocurrió mejor idea que hacer que la política asumiera formas religiosas: una <profesión de fe puramente civil», una dogmática política que haga del ciudadano un «súbdito fiel»,  constituyen el dispositivo con el que Rousseau pretende asegurar la obediencia.

Los jacobinos adoptan esta idea a pie juntillas. Por medio de un decreto del 7 de mayo de 1794, la Convención reconoce «la existencia del Ser supremo» y establece que «el culto digno del Ser supremo es la práctica de los deberes del hombre». Además, se instituyen fiestas de carácter político-religioso, que tienen por objeto «recordar al hombre el pensamiento de la Divinidad», pero que «adoptarán sus nombres de los acontecimientos gloriosos de nuestra Revolución», Este decreto establece cerca de cuarenta fiestas nacionales. Y, quizás lo más interesante, entre los deberes que constituyen la práctica del culto al «Ser supremo», los primeros que el decreto menciona son «detestar la mala fe y la tiranía, castigar a los tiranosya los traidores», De tal suerte, la nueva deidad queda identificada con la revolución; la revolución es del pueblo; el partido dictatorial es el pueblo; el pueblo es la nación. El
Terror jacobino ha sido, pues, santificado. Se inscribe en el dominio de lo sagrado; el cumplimiento de los deberes políticos deviene exigencia de la divinidad. No hay mejor culto, pues, que el Terror. El Terror fue el sistema de exterminio sistemático y generalizado que impuso la Revolución francesa durante su período de mayor radicalidad. Trajo consigo el primer genocidio de la historia contemporánea. Un cálculo conservador contabiliza 40.000 víctimas mortales, como producto de las políticas del Terror, entre 1792 y 1794,84 Otro historiador remarca que se produjeron «17.000 ejecuciones «legales»>»,
pero que a esto hay que sumar «30.000 o 40.000 asesinatos no autorizados», Piotr Kropotkin resume la masacre cotidiana a la que asistía el pueblo de París: «Ya no había cementerios para enterrar las vícti mas», Los presos, por su parte, se estiman en medio millón  Las cárceles tampoco daban abasto, y ello imponía la necesidad de acelerar la masacre para liberar celdas. La producción de la muerte en masa se convirtió en un desafio que hubo que abordar de manera racional y técnica.

Las determinantes del Terror fueron políticas, ideológicas, económicas y religiosas. El Terror fue una técnica de exterminio diseñada para liquidar toda disidencia, real o imaginaria, actual o potencial; una
forma extrema, sin duda, de la ingeniería social naciente. Que el primer genocidio tenga por responsables a quienes se arrogaban la voluntad general del pueblo no constituye una ironía de la historia, sino el despliegue más atroz de la dialéctica del despotismo.

Discurso del 2 de enero de 1 792 en la Sociedad de los Amigos de la Constitución, reproducido en Robespierre, Por la felicidad y por la libertad, p. 124

Rousseau, Contrato social, p. 160.

Decreto del 18 de floreal del año II (7 de mayo de 1794), Convención Nacional. Reproducido en Robespierre, Por la felicidady por la libertad, pp. 273-275

Peter Davies, La Revolución francesa, p. 107

Roger Price, A Concise History of France (Cambridge: Cambridge University Press, 2014), p. 140

Piotr Kropotkin, La Gran Revolución: 1 789-1 793 (Buenos Aires: Libros de Anarres, 2015), p. 400.

José Luis Comellas, Historia Universal. Vol. X (Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra, 1984), p. 149. El mismo cálculo se realiza en Ignacio Vitale (dir.), Historia Universal Ilustrada. Tomo IV (Buenos Aires: Ediciones Bach, 198O), p. 99.

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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