A lo largo de nuestra crónica, tendremos ocasión de poner de relieve los grandes tesoros de humanidad y de religiosidad que los misioneros hallaron en América. Eran tesoros que, ciertamente, estaban enterrados en la idolatría, la crueldad y la ignorancia, pero que una vez excavados por la evangelización cristiana, salieron muy pronto a la luz en toda su belleza sorprendente.
Estos contrastes tan marcados entre las atrocidades y las excelencias que al mismo tiempo se hallan en el mundo precristiano de las Indias son muy notables. Nos limitaremos a traer ahora un testimonio. EI franciscano Bernardino de Sahagún, el mismo que en el libro II de su magna Historia general de las cosas de Nueva España hace una relación escalofriante de los sacrificios humanos exigidos por los ritos aztecas, unas páginas más adelarnte, en el libro VI, describe la pedagogía familiar y escolar del Antiguo México de un modo que no puede menos de producir admiración y sorpresa:
«Del lenguaje y afectos que usaban cuando oraban al principal dios… Es oración de los sacerdotes en la cual le confiesan por todopoderoso, no visible ni palpable. Usan de muy hermosas metáforas y maneras de hablar> (1), <Es oración donde se ponen delicadezas muchas en penitencia y en lenguaje» (5), <De la confesión auricular que estos naturales usaban en tiempo de su infidelidad» (7), Del lenguaje y afectos que usaban para hablar al señor recién electo. Tiene maravilloso lenguaje y muy delicadas metáforas y admirables avisos» (10), «En que el señor hablaba a todo el pueblo la primera
vez; exhórtalos a que nadie se emborrache, ni hurte, ni cometa adulterio; exhórtalos a culturade los dioses, al ejercicio de las armas y a la agricultura» (14), <Del razonamiento, lleno de muy buena doctrina en lo moral, que el señor hacía a sus hijos cuando ya habían legado a los años de discreción, exhortándolos a huir de los vicios ya que se diesen a los ejercicios de nobleza y de virtud> (17), y lo mismo exhortando a sus hijas «a toda disciplina y honestidad interior y exterior y a la consideración de su nobleza, para que ninguna cosa hagan por donde afrenten a su linaje, háblan las con muy tiernas
palabras y en cosas muy particulares» (18)… En un lenguaje antiguo, de dignidad impresionante, estos hombres enseñaban «la humildad y conocimiento de sí mismo, para ser acepto a los dioses y a los hombres» (20), «el amor de la castidad» (21) y a las buenas maneras y <policía [buen orden] exterior> (22).
Poco después nos contará Sahagún, con la mis mapulcra y serena minuciosidad, <De cómo mataban los esclavos del banquete» (Lib.9, 14), u otras atrocidades semejantes, todas ellas orientadas perdidamente por un sentido indudable de religiosidad. Es la situación normal del mundo pagano. Cristo ve a sus discípulos como luz que brilla en la tinieblas del mundo (Mt 5,14), y San Pablo lo mismo: sois, escribe a los cristianos, <hijos de Dios sin mancha en medio de una gente torcida y depravada, en la que brilláis como estrellas en el mundo, llevando en alto la Palabra de vida» (Flp 2,15-16).
La descripción, bien concreta, que hace San Pablo de los paganos y judíos de su tiempo (Rm 1-2), nos muestra el mundo como un ámbito oscuro y siniestro. Así era, de modo semejante, el mundo que los europeos hallaron en las Indias: opresión de los ricos, poligamia, religiones demoníacas, sacrificios humanos, antropofagia,crueldades indecibles, guerras continuas, esclavitud, tiranía de un pueblo sobre otros… Son males horribles, que sin embargo hoy vemos, por así decirlo, como males excusables, causados en buena parte por inmensas ignorancias y opresiones.
Hechos de los Apóstoles en América, José María Iraburu
