Carta al Comité de Salud Pública
Descargo de responsabilidades
Los cálculos de Babeuf apuntaban por entonces a <un millón de habitantes, arrojados a la tumba», Tras las orgías de sangre que va describiendo, apoyándose en lo que recoge de la documentación pública, devela la existencia de una «máquina», un verdadero mecanismo de exterminio, que funciona a partir de complejos <«engranajes» y «palancas». El hombre es, respecto de esta máquina de matar, una simple pieza intercambiable. Frente al funcionamiento de esta máquina, la responsabilidad del hombre se diluye; el hombre se mimetiza con ella, y al matar se convierte, entonces, él mismo, en una «máquina de matar», sin voluntad ni responsabilidad propia. La descripción es muy apropiada para la experiencia de los genocidios del siglo XX; recuerda incluso a la caracterización que sobre ellos hiciera la propia Hannah Arendt en sus escritos más difundidos
En una carta del general Turreau de inicios de 1794 al Comité de Salud Pública, puede leerse lo siguiente:
Mi intención es incendiarlo todo. [. . .] Yo no soy más que un agent pasivo [. . .1. Debéis igualmnente pronunciaros por anticipado sobre la suerte de las mujeres y de los niňos. Si es preciso pasar a todos por el filo de la espada, yo no puedo ejecutar una medida semejante sin una orden que ponga mi responsabilidad a cubierto
El exterminio se convierte en una operación burocrática. El pro blema de Turreau no es de índole moral; él está dispuesto, sin el asomo de la más mínima duda, a destruir a hombres, mujeres y niños por
igual. Pero necesita una orden para hacerlo. La orden lo exime de responsabilidad; la orden lo diluye en la máquina. Aquellos que hablan en nombre del pueblo simplemente deben firmar una orden; deben ser ellos los responsables burocráticos de la masacre. Así funciona la máquina genocida, desde entonces y hasta nuestros días.
*El número es exagerado, pero deja ver la magnitud de la matanza tal como se le presenta a Babeuf y sus contemporáneos.
«Así vemos que Eichmann tuvo abundantes oportunidades de sentirse como un nuevo Poncio Pilatos y, a medida que pasaban los meses y pasaban los años, Eichmann superó la necesidad de sentir, en general. Las cosas eran tal como eran, así era la nueva ley común, basada en las órdenes del Führer; cualquier cosa que Eichmann hiciera la hacía, al menos así lo creía, en su condición de ciudadano fiel cumplidor de la ley» (Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal [Barcelona: Lumen, 1999], p. 205). «Lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo
muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales»
González Cortés, «Estudio preliminar>, El sistema de despoblación, p. 70.
