El infierno no es una trampa, es una posibilidad… y una que solo se vuelve realidad cuando alguien, libre y conscientemente, rechaza el amor de Dios hasta el final. Jesús no habló de él para paralizarnos con miedo, sino para despertarnos del letargo. Su voz es la del Buen Pastor que no se resigna a perder ni una sola oveja.
A mí mismo este tema me ha sacudido muchas veces. No es fácil pensar que alguien pueda decirle «no» a Dios para siempre… pero es parte del misterio profundo de nuestra libertad. Una libertad que, lejos de ser capricho, es la prueba más grande de cuánto nos toma en serio Dios.
Y ahora que hemos contemplado esa posibilidad dolorosa pero real -con los ojos abiertos y el corazón en vela, estamos en condiciones de mirar lo que sigue: no con temor, sino con confianza. Porque no todo termina en el umbral de la muerte. Existe también un estado de purificación para aquellos que mueren en gracia, pero aún no del todo transformados por el amor.
A ese estado lo llamamos purgatorio. No es un castigo, sino una gracia. No es la negación del cielo, sino su antesala. Es allí donde la misericordia y la justicia no se oponen, sino que se abrazan. Y es allí donde muchas almas, que amaron a Dios pero aún necesitaban ser sanadas, terminan de prepararse para entrar en la plenitud del Reino.
