Evangelio según san Mateo, 8: 1-4 y habiendo bajado del monte, le siguieron muchas turbas; y he aquí que, viniendo un leproso, le adoraba, diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Y extendiendo la mano le tocó, diciendo: «Quiero, sé limpio», y al punto su lepra fue limpiada. Y Jesús le dijo: «Mira, que no se lo digas a nadie; mas ve, muéstrate al sacerdote y ofrece la ofrenda que mandó Moisés en testimonio a ellos».
(vv. 1-4)
Aunque podia limpiarlo con la palabra y con la voluntad, le aplicó la mano y el tacto, como sigue: «Y extendiendo Jesús la mano, lo tocó», para manifestar que no estaba sujeto a ley alguna y
que, estando limpio, nada había inmundo para El. Eliseo, observando lo que dice la ley, no salió y tocó a Naamán, sino que lo envió al Jordán para que allí se lavase. El Señor demuestra aquí que no obra como siervo, sino que, como Dios, cura y toca. La mano no se vuelve inmunda por haber tocado la lepra, sino que, por el contrario, el cuerpo leproso se vuelve limpio al simple contacto de la mano santa. El Señor no había venido sólo a curar los cuerpos, sino también a guiar las almas por el camino de la verdadera sabiduría. Así como ya no prohibía comer antes de lavarse las manos, así enseña aquí que conviene temer sólo la lepra del alma (que es el pecado), porque la lepra del cuerpo no sirve de impedimento a la práctica de la virtud
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 25,2
