Con estos y otros testimonios parecidos de las Escrituras divinas, nuestros antecesores, usando de ellos con mano larga, rebatieron, según queda dicho, los errores y calumnias de los herejes, robusteciendo nuestra fe en la unidad e igualdad de un Dios Trinidad. Pero como muchos pasajes de los libros santos, a causa de la encarnación del Verbo de Dios, llevada a cabo para nuestra redención por Jesucristo, mediador de Dios y de los hombres (1Tm. 2, 5), insinúan y abiertamente demuestran la superioridad del Padre sobre el Hijo, erraron los mortales, y sin investigar con diligencia la serie completa de las Escrituras, atribuyeron a la naturaleza que era y es eterna antes de la encarnación lo que se dice de Cristo en cuanto hombre. Los que dicen que el Hijo es inferior al Padre apoyan su sentencia en las palabras del Señor cuando dice: El Padre es mayor que yo (Jn. 14, 28). Mas la verdad demuestra que en este sentido el Hijo es también inferior a sí mismo. Y ¿cómo no ha de ser inferior a sí mismo, si se anonadó tomando forma de esclavo? No obstante, al vestir la forma de esclavo no perdió la forma de Dios, en la que es igual al Padre. Si, pues, tomó la forma de siervo sin perder su forma divina su forma de siervo y en su forma de Dios es siempre el Hijo unigénito del Padre en su forma divina igual al Padre, y en su forma de siervo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, ¿quién no ve que en su forma de Dios es superior a sí mismo y en su forma de esclavo a sí mismo inferior? Con plena razón, la Escritura afirma ambas cosas: que el Hijo es igual al Padre y que el Padre es mayor que el Hijo. No existe aquí confusionismo alguno: es igual al Padre por su naturaleza divina, inferior a causa de su naturaleza de esclavo.
Y esta regla, apta para resolver cuantas dificultades ocurran en la Escritura, está tomada de un capítulo de la Carta de: San Pablo Apóstol a los fieles de Filipo, pues en Él expresamentes se encuentra dicha distinción. Dice: Quien, siendo Dios en la forma, no codició el ser igual a Dios, sin embargo se anonado a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres y en vestidura de hombre (Flp. 2, 6- 7). El Hijo de Dios es igual por naturaleza al Dios Padre, inferior por condición. En la forma de esclavo es inferior al Padre; en su forma divina, en la que existía antes de vestir nuestra forma, es igual al Padre, En la forma de Dios es el Verbo, por quien fueron hechas todas las cosas (n. 1, 3); en su: forma de siervo es nacido de mujer bajo el imperio de la Ley, para redención de los que estábamos bajo la Ley (Ga. 4,4-5). En su forma de Dios creó al hombre; en la de esclavo se hizo hombre. Y si el Padre hubiera creado al hombre sin el concurso del Hijo, no estaría escrito: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gn. 1, 26). En consecuencia, la forma de Dios vistió la forma de siervo, y el conjunto fue un Dios Hombre: Dios, por ser Dios el que asumió; hombre, por ser humana la forma recibida. En esta asunción no hay mudanza ni conversión mutua de naturalezas: la divinidad no se convierte en criatura, dejando de ser divinidad; ni la criatura se convirtió en divinidad, dejando de ser criatura
De Trinitate. Agustín de Hipona
