A la alborada me presento a ti y te contemplaré



No hemos de creer que Cristo se priva del reino al consignarlo al Padre Esto creyeron algunos charlatanes. Cuando se dice: Entregaro el reino a Dios Padre, no se excluye a sí mismo, pues es un Dios con el Padre. Lo que engaña a los lectores superficiales amantes de las disputas en la Escritura es la palabra hasta Sigue el texto: Es preciso que Él reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies (1Co. 15, 24-25), como si una vez puestos bajo sus plantas dejase de reinar. No entienden pueda tener el mismo sentido que aquel versillo del Salmo: Constante será su corazón, no temerá hasta que vea la suerte de sus enemigos (Sal. 112, 8). No se sigue de aquí que al ver postrados a sus enemigos tiemble.

¿si pues: Cuando entregue el reino a Dios Padre? ¿ventura Dios Padre no reina ahora? Mas porque Jesucristo hombre, mediador entre Dios y los hombres, ha de conducir a todos los justos, en los cuales reina ahora por fe, a la contemplación denominada por el Apóstol (1Co. 13, 12), se dice: Cuando entregue el reino a Dios, que es decir: cuando conduzca a los creyentes a la contemplación de Dios Padre. Dice: Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel e quien el Hijo quiera revelárselo (Mt. 11, 27). El Padre será revelado por el Hijo cuando destruya todo principado, toda dominación y todo poder; es decir, cuando sean innecesarias las semejanzas distribuidas per angélicos principados, potestades y virtudes. Entonces se les podrá aplicar con razón las palabras del esposo a la esposa en el Cantar de los Cantares: Te haremos zarcillos de oro con engarces de plata mientras reposa el rey en su lecho (Ct. 1, 11); esto es, mientras permanece Cristo en su secreto, pues vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces también os manifestaréis con Él en la gloria (Col.3, 3-4). Antes que esto se realice, vemos en un espejo y obscuramente, es decir, por semejanzas; pero entonces veremos cara a cara (1Co. 13, 12).

Esta contemplación se nos promete como término de nuestros trabajos y plenitud eterna de nuestro gozo. Somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es (1Jn. 3,2). Contemplaremos, cuando vivamos en la eternidad, a aquel que dijo a su servidor Moisés: Yo soy el que soy; esto dirás a los hijos de Israel: El que es me envía a vosotros (Ex. 3, 14). Y así dice Cristo: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo (Jn. 17, 3). Tendrá esto su cumplimiento cuando venga el Señor e ilumine los escondrijos de las tinieblas (1Co. 4, 5), una vez desvanecidos los velos de esta mortalidad y corrupción. Entonces acaecerá nuestro amanecer, en expresión del salmista: A la alborada me presento a ti y te contemplaré (Sal. 5, 5). De esta contemplación ha de entenderse aquella sentencia: Cuando entregare el reino a Dios Padre; es decir, cuando nuestro Señor Jesucristo, mediador entre Dios y los hombres, conduzca a los justos, en los que reina ahora por fe, a la contemplación de Dios Padre

Si en esto ando errado, corríjame el que vaya más acertado: yo no veo otra solución. Cuando lleguemos a dicha contemplación, no anhelaremos otra cosa. Ahora, privados de esa vista, vivimos del gozo esperanzado. La esperanza que se ve, ya no es esperanza. Cómo esperar lo que uno ve? Pero si esperamos lo que no vemos, en paciencia esperamos (Rm. 8, 24), hasta que el rey descanse en su lecho. Entonces tendrá cumplimiento la Escritura: Hartura de alegrías en tu presencia (Sal. 16, 11). Este gozo apagará nuestros deseos. Se nos mostrará el Padre, y esto basta. Bien lo entendía Felipe cuando dijo al Señor: Muéstranos al Padre con eso Nos basta. Entonces aún no comprendía que podía decir también: Señor, muéstratenos a ti mismo y nos basta. Con el fin de abrir a la verdad su entendimiento respondió el Señor: Tanto tiempo que estoy con vosotros y no me habéis conocido? Felipe, el que me ha visto a mi, vio al Padre. Mas como deseaba el Señor que Felipe le viese por fe antes de contemplarle por visión, prosiguió diciendo: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? (Jn. 14, 8-10) «Mientras vivimos en el cuerpo, peregrinamos ausentes en eI Señor, pues caminamos por fe y no por visión» (2Co. 5, 6-7)

Premio es de la fe la visión, y es la fe la que purifica los corazones y hace alcanzar esta recompensa, conforme está escrito: Purificando en la fe sus corazones (Hch. 15, 9). Otra prueba la tenemos en aquella sentencia: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt. 5, 8). Y pues ésta es la vida eterna, dice Dios en el Salmo: Le saciaré de días y le daré a ver mi salvación (Sal. 90, 16). Ya se diga: Muéstranos al Hijo; ora: Muéstranos al Padre, es la misma afirmación, pues no es dable ver a uno sin el otro. Ambos son uno, según Él asevera: Yo y el Padre somos uno (Jn. 10, 30). A causa de esta inseparable unidad, basta, a veces, nombrar al Padre solo, o al Hijo solo, para significar que su rostro nos abastecerá de alegrías.

De Trinitate.  Agustín de Hipona

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

Deja un comentario