A vencer las tentaciones de lujuria, pues los placeres de la mesa preparan los de la carne; la gula es la antesala de la lujuria. Por esta razón hay que mortificar el sentido del gusto.
A solidarizarnos con el que sufre el hambre por la injusticia social; por esta razón el ayuno debe movernos a ejercer la caridad con el pobre.
A tener hambre de Cristo, recordando que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).
A entender la fragilidad humana, dándonos cuenta de la absoluta dependencia que tenemos del alimento. Esto nos muestra lo limitados que somos y da una bofetada a nuestra orgullosa locura que cree no necesitar de nada
