Es, pues, perfectamente lógico que una visión del mundo que supone la plena autosuficiencia del hombre sea el basamento de un laicismo radical. La sociedad no es concebida como un corpus orgánico sino como el resultado de un acto volitivo (pacto); de ahí que se afirme como un postulado, casi como un primer principio, la libertad absoluta del individuo, el «libre pensamiento» y la «moral independiente», desligados de todo absoluto personal.
Este es el primer paso del laicismo que conduce, por un lado, al teísmo y, por otro, a una Religión de la Irreligión que el P. Emonet llama «el laicismo obligatorio»
Este laicismo radical que supone la plena autosuficiencia del hambre, en el orden político social postula, un Estado (allende las formas políticas que pudiere adoptar) por completo secularista; pone en el pueblo el origen del poder, postula el divorcio vincular, la disolución de la familia y el aniquilamiento de la autoridad del padre de familia
Como lo ha puesto de manifiesto el ya citado Emonet, el Estado sin Dios (aunque los individuos sigan creyendo en El) equivale a una sociedad que, como tal, rechaza a Dios y, poco a poco, conduce al ateísmo personal; todo lo cual deriva a la educación que ha de ser «gratuita», «laica» y «obligatoria» como postula la ley 1420, de evidente inspiración masónica. De ahí que la «tolerancia» y la equidistancia de aquellos «principios humanistas» que sostiene la masonería no sean ni tan tolerantes ni tan equidistantes y, en el fondo, enmascaran una hipocresía táctica
Cf. Dolhagaray, B., ‘Francmaconnerie»; Dict. de Tel. Cath., vol. VI, col. 722-31.
