La política de la representación tiene en la televisión su punto de llegada en la medida en que el político (o el periodista o la celebrity) siempre está presente, mientras que el público siempre está ausente. El poder del voto en la política contemporánea se asemeja al zapping, por la falta de presencia y feedback real.
Pero todo esto cambia en la era de Internet. Aquí el público por fin irrumpe activamente en las comunicaciones de masas. El público reclama publicidad. Quiere y, en principio, puede y debe, publicar. Lo público, por tanto, se abre al público: se vuelve accesible y por ello torna visible al propio público como sujeto comunicante. Si e <espacio público> es un lugar donde el público discute e interviene en asuntos de interés público, Internet quiere ser ese lugar. Pero, más que un <lugar>, Internet es una <dimensión>,
En Internet no existe el espacio físico, sino el digital, y por ello la noción de <habitar un espacio> se vuelve en Internet algo inapropiada. Tanto es así que uno puede incluso <estar> en muchos <sitios> al mismo tiempo, lo que vuelve absurda la noción de <localización>, Además, en Internet no se <habita>, sino que se <navega>. Quien navega no está fijo nunca en ningún lugar. La metáfora de la navegación tiene sentido en la medida en que evidencia la radical falta de lugar en el mundo online. Lo que comparte el público de internet no es entonces la habitación en un mismo lugar sino la navegación en una misma dimensión. Por ello, en virtud de esa desespacialización, Internet conforma una dimensión global. La ausencia de espacio físico amontona a todo el mundo en un mismo no-lugar. Ahora bien, esa dimensión puede entenderse también, y en todo caso, como un <espacio digitalizado> en la medida en que sus códigos carentes de espacio real precisan, sin embargo, de soportes tecnológicos (hardware) que si que tienen lugar en el espacio físico
Jussi Parikka, Una geologia de los medios
(Buenos Aires: Caja Negra, 2021)
