
San Juan, el discípulo tan amado, dice: «Tenemos por abogado cerca del Padre a Jesucristo, el Justo por excelencia y Él es la víctima de propiciación por nuestros pecados»1 Juan 2, 1-2
¿No es una promesa consoladora para nuestra salud que el mismo Hijo de Dios, el Juez de vivos y muertos, sea nuestro abogado?