
Cuando llegamos a la existencia de Dios, hay dos posibilidades: o Dios existe o no existe. En los términos de nuestra respuesta, también hay dos posibilidades: o creemos en Dios, o no lo hacemos.
Si Dios no existe, y apostamos (por creer) que sí existe, no perdemos nada, puesto que, presumiblemente, no hay vida después de esta o recompensa eterna o castigo por creer o no creer.
Si Dios existe, como quiera que sea, y nos ofrece gratuitamente el regalo de vida eterna, y nosotros apostamos (por incredulidad) a que no existe, entonces estamos arriesgando el perderlo todo y vivir una eternidad separados de Dios.
Si Dios existe, y apostamos a que así es, potencialmente estamos ganando la vida eterna y la felicidad.
Por lo que dijo Pascal, una persona razonable aún considerando la posibilidad de que Dios existe en un 50 por ciento, debería apostar a que así es, puesto que esa persona se posicionaría a no perder nada (si Dios no existe) y ganarlo todo (si Dios existe); mientras que la persona que apuesta a que Dios no existe se posiciona a no ganar nada (si Dios no existe), o a perderlo todo (si Dios sí existe).
Este mismo argumento lógico aplica para la existencia del infierno: si crees en él y no existe, no pierdes nada, y viviendo el Evangelio habrás llevado una vida feliz; si crees en él y existe, te librarás de ir a él; pero si no crees en él y en realidad existe corres el riesgo de condenarte eternamente, al llevar una vida libertina y permisiva