Con la palabra “defecto” se designa entre otras cosas la inclinación a un determinado acto pecaminoso producida por la repetición frecuente del mismo acto. Todos nacemos con predisposiciones naturales a ciertos actos buenos y a otros malos. Si la voluntad no se opone desde el principio a estas predisposiciones connaturales al mal, éstas adquieren pronto mayor vigor y se convierten en verdaderos defectos. “Defecto dominante” en el hombre es aquella proclividad cuyo impulso es más frecuente y más fuerte, aunque no siempre se observe.
El defecto dominante, a menudo, nos lleva a cometer faltas o pecados. Si el defecto dominante no es combatido enérgicamente irá cegando poco a poco la mente llevando al hombre a culpas cada vez más frecuentes y más graves.
