A la videopolítica le corresponde la videodemocracia. Si el político se convierte en celebridad, el pueblo se convierte en espectador. El modelo del militante cede ante la emergencia del fan. La videodemocracia es un oxímoron. El demos no cabe en el video; es demasiado abstracto para ser capturado por la cámara.
Ningún pueblo se constituye alrededor del televisor. La pantalla ha revelado, en todo caso, que el pueblo no existe más que como una ficción que ahora, cuando no podemos siquiera recrearla en la pantalla, cede su lugar a su opuesto: la <diversidad>, Ella representa la médula de lo televisable: la diversidad es divertida. Ambas palabras provienen del mismo verbo en latín: divertere, que significa girar en una dirección opuesta
Así, los extravagantes y desviados-que van en direccionesnopuestas- son los favoritos de la televisión, son los divertidos: salirse de la <norma> siempre es noticiable. Pero la diversidad,
al contrario de lo que el discurso de la corrección politica habitualmente sostiene, no tendría por qué ser el elemento central de lo democrático. Lo relevante del demos estriba más
en una identidad compartida que en sus diferencias, estriba en una normalidad en torno a la cual se reproduce el propio demos, no en los anormales con los que nadie se identifica (más que los cazadores de rating). Es curioso: todo tipo de ficciones han tenido lugar en la pantalla, con excepción de aquella que nutre la legitimidad de nuestros gobiernos. ¿Quién ha visto al pueblo por televisión? El pueblo está en la palabra, pero la palabra no es el elemento que define al medio televisivo.
Nicolás Márquez y Agustín Laje. El Libro Negro de la Nūëva Izquīērda: Ideolœgįa de génęrº o subversión cultural
