Consiste la tibieza cierta especie de relajamiento espiritual, que va parando las energías de la voluntad, inspira horror al esfuerzo, y recarga pesadamente los movimientos del vivir cristiano. Es una languidez y entorpecimiento, que no es aún la muerte, pero que a la muerte lleva insensiblemente robándonos poco a poco las fuerzas morales. Podríamos compararla con un cáncer que va consumiendo poco alguno de nuestros órganos vitales. La tibieza en sí misma no es pecado mortal ni venial, sino un estado de desgano consentido. Sin embargo, después del pecado es lo que más se opone a la santidad
