a diterencia del texto impreso, en la actividad de mirar la pantalla no se produce ningún esfuerzo cognitivo de abstracción. El homo sapiens, hombre que piensa a través de símbolos y abstracciones, está siendo reemplazado por una versión degradada de si, el homo videns que, según Sartori, reduce su espectro de realidad sencillamente a aquello que puede ser representado en una imagen (se reduce al mundo de la imagen, pues). La capacidad de pensar conceptualmente, que se desarrolla sobre todo con el acto de leer, se va perdiendo; el dominio cultural de la pantalla requiere del individuo su capacidad de mirar y no tanto de razonar.
Por otro lado, hay que señalar que el tiempo es imprescindible para pensar, como bien enseñaba Platón al contrastar el tiempo del filósofo con la prisa del ágora. El pensamiento crítico es lento; necesita detenerse, avanzar poco apoco, retroceder y volver a avanzar, dando círculos una y otra vez. Pero en la televisión el tiempo es sometido a planificaciones de programación y pautas que lo trituran, que lo fragmentan a un nivel en el cual las intervenciones del discurso argumental
no pueden extenderse más que un puñado de segundos, con lo que imposibilita todo registro verdaderamente argumental del discurso. Mucho menos se admiten <círculos>: la tiranía de la linealidad asegura que no haya ningún paso hacia atrás que pueda aburrir a nadie. Lo más que puede aceptar la lógica televisiva es lo que Bourdieu llamó <fast thinkers>, que se las ingenian para arrojar frases prefabricadas, <proponen fast food cultural, alimento cultural predigerido, prepensadox. Es evidente que la televisión no está hecha tanto para el pensamiento como para el entretenimiento.
Pierre Bourdieu, Sobre la televisión (Barcelona: Anagrama, 2000), P.40.
Neil Postman, Divertirse hasta morir (Barcelona: Ediciones La Tempestad, 2012).
