El poder en este contexto no se divide, sino que se multiplica.
Los Estados, salvo excepciones, se van alineando con esta configuración global. Empiezan a tomar la forma de <virreinatos). Que la política pierda Su centro no significa debilidad, sino todo lo contrario: significa imposibilidad de elusión. Cuando el poder se halla en el centro, los márgenes suelen ser un escape. En las dictaduras modernas, la última evasión que un individuo tenía a disposición Escapar, suponía del radio escapar de ese poder, lugar el exiliado era el exilio. donde ese del poder tenía su no se colocaba por lo general al margen del poder como tal, sino que ingresaba a un espacio determinado por otro poder político, distinto y en principio, más benévolo y conveniente que el que se abandonaba. La actual desterritorialización del poder supone, > no obstante, la virtual imposibilidad del exilio.
Mientras el espacio se encoge en la aldea global, la vigilancia, sin embargo, se multiplica. No quedan márgenes ni puntos ciegos. El globalismo político borra todo límite territorial; el espacio se modifica, quedando progresivamente determinado por las condiciones globales de ese poder. Cuanto más avanza el orden político global, más se van estrechando las opciones de dónde exiliarse. En efecto, desligar al poder político de su territorio – y esto es precisamente lo que permitió la revolución comunicacional y tecnológica- significa hacer que ese mismo poder sea omnipresente, ineludible, incontrolable. Pierde su centro, porque está en todos lados. El poder político puede convertirse en un dios, en la medida en que carece de lugar. Además, quiere aproximarse a la omnisciencia, viéndolo todo, sabiéndolo todo, registrándolo todo, previéndolo todo. Evadir los tentáculos de las burocracias nacionales se lograba, fundamentalmente, escondiéndose de ellas. Pero dónde se esconderán los individuos de la burocracia global?
Junto a la multiplicación de organizaciones internacionales se ha dado una multiplicación de las llamadas organizaciones no gubernamentales (ONG) dedicadas al lobby nacional e internacional
Ellas son las que desarrollan, sobre todo, la batalla cultural global que se articula con el poder político global. Las más importantes son, de hecho, aquellas que procuran impactar en las organizaciones internacionales, aprovechando la naturaleza generalmente antidemocrática de estas últimas. Porque si ellas están conformadas en la mayoría de los casos al margen de los mecanismos democráticos directos, no es al pueblo al que hay que convencer de yotar de determinada manera. Lo que hay que hacer, más bien, es seducir de diversas formas e incluso infiltrar las burocracias que se van configurando al calor del poder político global, penetrándolas con una visión del mundo que las regirá en adelante.
En 1909, las ONG de carácter internacional en el mundo eran 176. Para 1989, ese número ya estaba en 4.624 (muchas de las cuales se presentan como <organizaciones de derechos humanos>). Y la cantidad no ha parado de crecer. Debería ser innecesario agregar que estas ONG tienen intereses concretos, con una ideología articulada, desde luego, pero también con una financiación determinada no por microdonantes, sino por los que ponen las grandes sumas de dinero para que sus estructuras funcionen, se expandan e impacten con eficacia.
En política, la posmodernidad no es el tiempo ni del ciudadano nacional, ni del pueblo ni del Estado. La posmodernidad política es la irrupción del lobby de las ONG, y de las organizaciones internacionales sedientas de soberanía. Una batalla cultural sin precedentes está operando en esta transición
David Held, La democracia y el orden global. Del Estado moderno al gobierno cosmopolita (España: Paidós, 1997), p. 139
