El marino genovés, a despecho de la común historia oficial anticatólica y antihispánica fue con propiedad uno de los «últimos Cruzados», como se lo ha llamado: gran varón religioso, se había tomado en serio aquello del Santo Job: «milicia es la vida del hombre sobre la tierra», convicción ésta que, en tiempos de la Edad de la Fe, se traducía en una tendencia misional con miras no solo a expandir el reinado de Cristo, sino a recuperar los lugares que la Cristiandad había perdido en manos de los moros, como era el Santo Sepulcro de Jerusalén. Reconquistar aquello que denominaban la «Casa Santa» era la empresa propia a la que se sentían Ilamados los caballeros cristianos y era, asimismo, lo que había originado las guerras santas contra el Islam. Para ello, los milicianos que se lanzaban a esta lucha cruzaban sobre sus pechos u hombros dos bandas de tela roja (de ahí la contracción de «cruzado»); Colón, por su parte, obsesionado por el ideal cruzado, no solo las haría bordar sobre sus vestimentas, sino también sobre las blancas velas de sus carabelas (cosa sobre la que los historiadores positivistas eluden reflexionar). Eran épocas difíciles pero apasionantes para los católicos; desde el año 1453, cuando el Islam se había apoderado de Constantinopla, los cristianos estaban convocados a combatir por esta causa santa. Los marinos en particular, orientaban su afán cruzado con arreglo a la estrategia trazada en Sagres por el príncipe portugués don Enrique el Navegante.
Consistía principalmente en navegar hacia las «Indias» (nombre dado por los europeos a las tierras que estaban detrás del dominio musulmán), para entablar alianza con los supuestos príncipes de aquellas lejanas tierras (el Preste Juan, el Gran Kan), y así poder caer a la Media Luna por la retaguardia
Dicha aventura, como es de imaginar, demandaba mucho dinero, pero había sido Marco Polo quien declarase que en Catay o Cipango se hallaba la «fuente del oro». Conseguido entonces el oriente la acción reconquistadora quedaría asegurada
colón, un soñador nato, añoraba desde su juventud con la Reconquista, para lo cual no dejaba de ilusionarse con la idea de «atacar al Islam por detrás», aprovechando las riquezas orientales
Había un gran trasfondo religioso en todo ello, como señala Weckmann: «Colón, todos lo sabemos, fue un hombre profundamente religioso. Su devoción por la Virgen María es bien conocida, le acompañaba siempre ese breviario de laicos que se llama el Libro de Horas’. Contemporánea de ese descubrimiento fue la voluntad expresa del Descubridor de consagrar las riquezas por él descubiertas en América ‘para ganar (o sea reconquistar) el Santo Sepulcro’, ambición que no lo abandonó ni en su lecho de muerte.. Colón meditaba, especialmente durante su tercer viaje, ‘cuánto servicio se podría hacer a Nuestro Señor.. en divulgar su santo nombre y fe a tantos pueblos de Indias’; y como cuenta Herrera, antes de regresar a Europa explicó en su última advertencia a los colonos que se quedaron en la Española ‘que los había llevado a tal Tierra para plantar (la) Santa Fe
ENRIQUE DÍAZ ARAUJO Colón, medieval portador de Cristo, Universidad Autónoma de Guadalajara, México 1999,pp.124
LUIS WECKMANN, Cristóbal Colón navegante místico, en «Revista de Historia de America”, Mexico, julio-diciembre 1990, ne 110, 65-70
