¿Caridad o filantropía?
Es cierto que la famosa escuela de los estoicos recomendaba hacer el bien como un deber de buen ciudadano, pero jamás se pondría en su lugar compadeciéndose por un hermano en el dolor, como decía Séneca:
Consolará el sabio a los que sufren, mas sin sufrir con ellos; socorrerá al náufrago, dará hospitalidad al proscrito y limosnas al pobre (…) devolverá el hijo a la madre que por él llora, salvará al cautivo de la arena e incluso dará sepultura al criminal; mas en todo momento permanecerá su rostro inalterado (..) Sólo unos ojos enfermos se humedecen al contemplar las lá grimas en otros ojos
Esta caridad casi <empresarial> y desencarnada era la que reinaba en el mundo antiguo; una caridad incapaz de llorar por un amigo, como lo haría Jesucristo por la muerte de Lázaro,
iSi hasta da entre gracia y estupor el recordar lo que dijo el célebre filósofo estoico Anaxágoras al enterarse de la muerte de su hijo!:
<Sabía que había engendrado un mortal…> –respondió cuando supo de su deceso…
No. La caridad o filantropia antigua no era igual que la cristiana. Era algo nuevo: <Os doy un mandamiento nuevo: amaos unos a otros como yo os he amado> (Jn 13,34-35); <Habéis oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo». Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os hacen daño> (Mt 5,43-44). La caridad de la Iglesia fue realmente una revolución, de allí que uno de los primeros autores eclesiásticos, Tertuliano, decía de los primeros discípulos: <Mirad cómo se aman!> (Apologeticum, 39,7). Este testimonio ha sobrepasado los límites de la Iglesia y del tiempo, al punto que hasta ciertos autores que se encuentran en la vereda de enfrente llegan a decir: <no cabe la menor duda (…) de que la caridad ocupó en la Antigüedad una posición en modo alguno comparable a la que ha alcanzado con el Cristianismo. La ayuda era competencia casi exclusiva del Estado y venía dictada más por la política que por la benevolencia>
W.E. H. LECKY, History of European Morals From Augustus to Charlemagne, vol. 1, D. Appleton and Company, Nueva York 1870, 199-200 (Cfr. ibídem, 213)
